Una palabra tramposa: madurez

Hay palabras que mienten. Madurez es una de ellas. Por un lado significa preocuparte por el bienestar de los demás, ser una persona confiable, hacerte cargo. Es un significado netamente positivo. Pero tiene un segundo significado que no tiene nada que ver con el primero: aceptar el rol que te corresponde en la sociedad. Es decir, sumisión a la presión social. Ambos significados pueden, de hecho, ser contrapuestos. Esta ambigüedad está en el núcleo de la lingüística política: empaquetar significados diferentes bajo una misma etiqueta, de manera que aceptar uno te lleve a aceptar el otro.

Quizás el ejemplo más relevante de la ambigüedad en el término madurez se da con las chicas adolescentes. Si juegan son inmediatamente acusadas de inmaduras, de ser aún unas niñas. Y nada hay peor a esa edad. Su rol social aceptable para esa edad es preocuparse únicamente de la ropa y los chicos. Es decir, convertirse en floreros. Por eso se ataca tanto a las gamers. Se las acusa de posers, es decir, de posturear. De no estar interesadas realmente en jugar, sino sólo en… qué sé yo, llamar la atención de algún chico.  El patriarcado les arranca cualquier deseo de jugar mediante el uso del palo y la zanahoria. El palo es, como hemos dicho, la condena al ostracismo para la chica que juega. La zanahoria es la posibilidad de utilizar su belleza para obtener brillo social. Al quedarles tan sólo el físico como valor posible, las chicas adolescentes se vuelven inseguras, competitivas (porque sólo hay una vara de medir, que es la belleza) y, en una cantidad sorprendente de casos, misóginas. La sumisión femenina al patriarcado queda así asegurada.

El haber sido separadas del juego en una etapa demasiado temprana explica algunas características del desarrollo de la mujer adulta. Les resulta más difícil desarrollar hobbies o intereses, salvo los de índole práctica. Desarrollan menos curiosidad general, y se encaminan menos hacia áreas como la ciencia o la ingeniería, donde la capacidad para jugar se profesionaliza. Sin el juego, sus capacidades para desarrollar su talento disminuyen. Así que, un consejo para madres, padres y educadores: no dejéis que las chicas adolescentes dejen de jugar. Enseñadles que el juego no es inmaduro.

girlsplayinggo

¿Significa esto que los hombres vayan a desarrollar realmente su talento? Ni de casualidad. La mayoría de los hombres no evoluciona de los juegos de su adolescencia: videojuegos, leer el Marca… La realización del potencial de un ser humano requiere una ascensión natural en el nivel de complejidad de los juegos, y el descubrimiento un día de que las habilidades adquiridas en el juego pueden ser aplicadas a la mejora del mundo real.

La paradoja aumenta desde aquí. Las mujeres son sistemáticamente tachadas de infantiles, a pesar de su maduración prematura, que todos reconocen. Señal, como es lógico, de que madurez es un término inconsistente. «Las chicas maduran antes que los chicos» es, por lo visto, compatible con «las mujeres son emocionales e inmaduras». Es un vocablo que no aporta significado, sino que transmite relaciones de poder. Maduro, madura es una etiqueta aprobatoria que se gana obedeciendo las normas del patriarcado.

¿Pero qué creéis que es el dinero?

Venga, un chiste.

Un viajero llega a un hostal barato y pide una habitación. El recepcionista no se fía de sus pintas, así que le pide una fianza de cien dólares que le devolverá cuando se vaya. El tipo se los da y sube a su habitación. El recepcionista, que estaba endeudado hasta las cejas, corre con los cien dólares a pagar la deuda que tenía con el panadero desde hacía meses. El panadero, feliz de recuperar su dinero, corre a cancelar la deuda que tenía con la verdulera, quien a su vez usa ese dinero para pagar lo que debe al carpintero. El carpintero ve el cielo abierto, porque podrá devolver al recepcionista del hostal el dinero que le prestó la semana anterior. Así, tras pasear por todo el pueblo, el billete de cien dólares vuelve al hostal barato.

A la mañana siguiente el viajero dice que se marcha, que el hotel está sucio y que hay chinches. El recepcionista le devuelve el billete de cien dólares que le dio como fianza, y el tipo replica: «qué más da, total… ¡es falso!»

Bueno, os he mentido. No es un chiste. Es una fábula que ideó Michał Kalecki, uno de los economistas más importantes del siglo pasado, para ayudarnos a reflexionar sobre qué es el dinero. ¿Por qué resulta una pregunta tan difícil? Pues porque toda sociedad evita, más o menos explícitamente, preguntarse por la divinidad.

garzon

¡Comunista, mutante, traidor!

Eduardo Garzón publicó un twit que le ha costado las iras de todos los profetas y cuñados. Dice así: «Un Estado que tiene soberanía monetaria (emite la moneda que utiliza) no necesita recaudar impuestos para poder gastar.» ¿No os hierve la sangre al leer algo así? ¿Cómo va a poder gastar un Estado sin recaudar impuestos? ¿De dónde sacará el dinero? El dinero lo tienen las personas particulares y las empresas. Pero… ¿lo han fabricado ellas? No, no. El dinero lo han obtenido del banco, que a su vez lo ha obtenido… del Banco Central, que es parte del Estado. ¿Será posible? ¡Qué jaleo!

Hm, espera, Eduardo no dice cualquier Estado, dice uno que tenga soberanía monetaria. Siendo más precisos que él (los twits están muy limitados), se trata de un Estado que es el único emisor posible de cierta moneda. Si yo trato de emitir dólares, acabo en la cárcel. Puedo, sin embargo, emitir «javitones», una moneda inventada por mí. Nadie me lo impide, pero tampoco nadie me los aceptará como pago de nada. El único organismo que puede emitir dólares sin ir a la cárcel es la Reserva Federal de los Estados Unidos, que es parte del Estado. ¿Tiene alguna limitación para hacerlo? Las que ellos mismo se impongan. En otras palabras: no, no tienen limitación alguna. Por tanto, la frase es trivialmente verdadera: un Estado que es el único emisor de una cierta moneda no necesita recaudar impuestos para poder gastar.

Si realizas un pago al Estado en metálico, ¿qué crees que hacen con el dinero que les das? Por lo general, lo destruyen. El Estado toma nota en un papel y destruye el papel moneda, que no necesita para nada. Puede imprimir el que necesite.

Se me ocurren varias preguntas a continuación:

  • ¿Cómo consigue el Estado que su moneda se acepte?
  • ¿Por qué recauda el Estado impuestos, si no los necesita para pagar?
  • Imprimir dinero, ¿no provoca inflación?

Las dos primeras preguntas están relacionadas. ¿Cómo consigue el Estado que su moneda no sea como los «javitones»? La característica distintiva del Estado es que tiene el monopolio del uso de la violencia en un territorio. Puede obligar a todos los ciudadanos a pagar impuestos en la moneda de su elección. De esta manera, todos los ciudadanos estarán obligados a adquirir su moneda, y aceptarán los pagos del Estado. Por supuesto, hay más razones para recaudar impuestos, como favorecer o penalizar determinadas conductas sociales o, como veremos luego, frenar la inflación.

Ohmygosh, a trillion dollars!

Ohmygosh, one trillion dollars, and president Truman’s face on it!

La tercera pregunta es muy interesante. Volvamos a la fábula de Kalecki del principio. Nuestro viajero «imprimió» dinero falso y lo introdujo en el sistema. ¿Provocó eso algún tipo de inflación? No, pero sirvió para el pago de deudas e hizo a todos los habitantes del pueblo más felices. A veces, imprimir dinero (incluso falso) tiene beneficios para el sistema económico.

¿Qué ocurre cuando introducimos dinero en una economía? Imaginad que dais mil dólares a cada habitante del país, así, de repente. De manera general podemos decir que hay dos efectos posibles: o bien suben los precios, o bien aumenta la producción.

Supongamos que la economía está «a pleno rendimiento», es decir, no tiene capacidad ociosa alguna. Trabaja todo el mundo, todas las fábricas están activas y todos los recursos empleables del país están ya utilizándose. Entonces, la aparición de más dinero en la economía no puede aumentar la producción. Los precios subirán, necesariamente.

Pero, ¿y si la economía está por debajo de su capacidad? Supongamos que haya paro, fábricas cerradas y recursos ociosos a causa de una escasez de demanda o de excesivo endeudamiento. ¿Qué efecto tendrá la entrada de nuevo dinero en busca de bienes? En una economía razonablemente competitiva, los empresarios responden a un aumento de demanda aumentando la producción, no los precios. Las fábricas cerradas se reabrirán y los parados volverán a ser contratados. No tiene por qué haber ningún efecto sobre la inflación.

Para entenderlo mejor, miradlo al revés. Suponed que tenemos una economía a pleno rendimiento en la que drenamos dinero de repente, disminuyendo así la demanda efectiva. ¿Qué harán los empresarios? ¿Bajar los precios o disminuir la producción? Como regla general, la bajada de precios es un recurso complicado: en una economía muy interconectada nadie quiere hacerlo antes que sus suministradores y que los salarios, porque eso disminuiría su margen de beneficios. Lo que suelen hacer los empresarios es reducir la producción, lo cual causa una nueva disminución de la demanda agregada, que puede caer en espiral. Esto fue lo que sucedió en 2008.

En general, si se desea preservar los precios y mantener la economía a pleno rendimiento, se debe lograr que la masa monetaria se adapte a la capacidad productiva de la sociedad. Es un equilibrio delicado, que se puede conseguir con el manejo de ciertas herramientas, entre las que destacan la emision de dinero y la recaudación de impuestos.

Entonces, ¿cuándo se producen las famosas hiperinflaciones, como la de Zimbabwe? Históricamente, sólo en economías a pleno rendimiento y que, aun así, son incapaces de suministrar los bienes necesarios. Países a los que les falta capacidad productiva, sea por una guerra o por una dependencia excesiva de recursos del exterior, o países con Estado fallido que son incapaces de recaudar impuestos a los poderosos.

¿Por qué los ricos se ponen tan nerviosos con estas ideas a pesar de su evidencia? Porque su poder se basa en que el dinero sea un bien escaso. El juego consiste en mantener la economía en un equilibrio difícil: no tanto dinero como para que ellos pierdan su poder, no tan poco como para que sea imposible obtener beneficios. Es difícil ser rico.

Me gustaría destacar que este texto no discute opiniones políticas, sino el funcionamiento real de las economías desde 1971, cuando EEUU abandonó el patrón oro (por supuesto, eso excluye a España y a la Eurozona). No hay aquí nada normativo, todo es meramente descriptivo. Es la llamada Teoría Monetaria Moderna (Modern Money Theory, MMT), que está abriéndose paso en el mundo académico de mano de gente como Randall Wray, Bill Mitchell o Warren Mosler. Os recomiendo vivamente el libro de texto de Randall Wray, «MMT primer», que está libremente disponible en la red.

 

Sal, infartos y Estados rebeldes

¿Sabíais que morir de un infarto correlaciona con seguir una dieta baja en sal?

En efecto, así es. Pero correlación no implica causación. Si tienes problemas cardíacos, el médico te recetará una dieta baja en sal. Por eso, la gente que muere de un infarto suele haber tomado comidas sosas durante sus últimos años de vida. Murieron a pesar de la falta de sal, no a causa de ella.

Algo similar ocurre en política. Pongamos por ejemplo a Venezuela, desangrada con un gobierno rebelde. O Grecia, o Argentina. ¿Estaban sanas al llegar los rebeldes al gobierno? No, todas provenían de desastres mayúsculos, típicamente con fuerte intervención extranjera. Venezuela, por ejemplo, provenía del paquete del FMI causado por el desplome de precios del petróleo y que desembocó en el Caracazo, que causó miles de muertos. ¿Es eso casualidad? No, los rebeldes jamás llegan al poder en situaciones placenteras, sino durante las crisis que se escapan de las manos a la élite política. Estos gobiernos son la dieta baja en sal, y a veces salvan la vida al paciente. En esos casos no discutimos su eficiencia, sino que les atacamos por otros frentes. Si el paciente muere, en cambio, asumimos que la causa de la defunción es… falta de sal.

caracazo

Antes de Chávez, Venezuela era el paraíso.

La URSS se formó a causa de la derrota de Rusia en la Primera Guerra Mundial. China y Corea del Norte forjaron sus Estados sobre las cenizas que habían dejado los fascistas japoneses en 1945. Vietnam formó un gobierno rebelde en guerra con Francia y EEUU. Cuba, Angola, Burkina Faso, Chile, Yugoslavia, Etiopía, Haití… son países en los que un gobierno rebelde impuso la dieta sin sal en algún momento de su historia. En algunos casos, la enfermedad coronaria remitió. La URSS se industrializó, derrotó a los nazis y se convirtió en una superpotencia. China acabó con el hambre y despegó económicamente. En otros casos, como en Chile, el médico tuvo que ser asesinado.

¿Por qué llamo rebeldes a esos gobiernos, en lugar de socialistas o comunistas? Porque creo que es importante hilar fino con las palabras. Gobierno comunista es un oxímoron: un sistema comunista carece de Estado. Un gobierno socialista sí que puede existir, pero no estoy seguro de qué gobiernos son los que merecen esa calificación. La rebeldía a la que me refiero es hacia el sistema-mundo: gobiernos insumisos que no aceptan su lugar subordinado en la periferia mundial.

¿Cómo llegan al poder estos gobiernos rebeldes? Se trata siempre de países periféricos, con una población explotada y controlados por una élite corrupta que vive del control de la exportación de algunas materias primas. Cuando tiene lugar una crisis grave (derrota militar, caída de los precios de las exportaciones, etc.) la élite se fragmenta y pierde control sobre el país. Una nueva élite rebelde puede apoyarse en la desafección popular y conquistar el gobierno. Pero tener el gobierno no es tener el poder, sobre todo en países periféricos donde el Estado no tiene el monopolio de la violencia. A la toma del gobierno seguirá una lucha en todos los frentes: económico, militar e ideológico. La vieja élite se recompondrá en la derrota y, aliada a las potencias centrales, intentará expulsar a los intrusos.

Volvamos al ejemplo de Venezuela. El gobierno de Hugo Chávez no tuvo jamás el poder que tiene un Estado occidental sobre su territorio, como no lo tiene casi ningún Estado periférico. La vieja élite, apoyada por las potencias centrales, le declaró la guerra desde el comienzo, incluyendo cortes de suministros, violencia callejera, golpes de Estado y difusión de propaganda. El gobierno mantuvo las posiciones, pero jamás derrotó a la élite venezolana, que siguen siendo dueños del país. Venezuela ha mejorado el nivel de vida de la clase trabajadora, pero a costa de los réditos del petróleo, al igual que Brasil, Argentina y Ecuador. La estructura económica del país permaneció intacta, basada en la exportación, con una enorme desigualdad y fuertemente dependiente del exterior. Por tanto, la actual bajada del petróleo, inducida políticamente, les está causando un daño enorme.

En este caso, el paciente padecía de una gravísima enfermedad coronaria y la rebaja de sal no parece haber sido suficiente. Muchas personas se alegran de ver al enfermo agonizar, pero yo no.

Soy de letras porque el mundo me hizo así

– Entonces, ¿qué carrera piensas hacer?

– Pues tengo aún dudas, estaba pensando en Filosofía, o quizás en Políticas. Y también me atraen la Historia y la Filología.

– ¡Uy! No, bien, bien. Bien. No. Hmmmmm. Pero tú, tienes buenas notas, ¿no? Eres buen estudiante.

– Sí.

– Y, ¿no es un poco desprovechar tu talento hacer una carrera de letras?

– ¿Por qué lo dices?

– Pues no lo sé. Es más fácil, ¿no? Tú puedes hacer algo más exigente.

– ¿Como qué?

– Una ingeniería, medicina. O física o matemáticas, ¿no?

– ¿Es una ingeniería más difícil que la filosofía?

– Hmmmm, claro, ¿no?

– ¿Qué es más difícil de comprender? ¿Los frenos de un coche o el alma humana?

– Jajajaja, bueno, te estás poniendo lírico…

– Vale, no nos pogamos líricos. ¿Qué es más fácil de comprender, un panel solar o el origen de la crisis económica y política actual?

– Pues no lo sé, pero el caso es que la nota que piden para entrar en políticas es mucho más baja que en ingenierías, ¿por qué es?

– Esa pregunta es muy buena, buena de verdad. Y creo que tú sabes la respuesta.

– ¿Yo?

– Sí. Tú. Si me dejas, quiero sacártela. Vamos a averiguar por qué es más alta la nota de corte en ingenierías que en las humanidades. Veamos, ¿quién decide la nota de corte?

– Nadie la decide. Los alumnos piden la carrera que deseen, y van entrando por orden de nota.

– Y la nota de corte es entonces la nota más baja de los que lograron entrar, ¿no?

– Sí.

– Entonces, si tú fueras el rector de una universidad y quisieras subir la nota de corte de una carrera, ¿qué harías?

– Hmmm… ofrecer menos plazas.

– Por tanto, la universidad tiene cierto poder al decidir las notas de corte.

– Bueno, sí, en la medida en la que deciden cuántas plazas se ofertan.

– ¿Por qué crees, entonces, que políticas tiene una nota de corte mucho más baja que las ingenierías?

– Quizás sea porque se ofertan muchas más plazas.

– Así es. ¿Por qué se ofrecen tantas plazas? ¿Es que se necesitan muchos politólogos, filósofos, abogados…?

– No, de hecho la mayor parte termina en el paro o trabajando de algo que no tiene nada que ver.

– ¡Vaya! Entonces tenemos un dato sospechoso. Las facultades de humanidades ofertan más plazas de las que la sociedad parece requerir. ¿Por qué lo hace?

– No lo sé. ¿Tú sí?

– Hmmm… Volvamos a las ingenierías. ¿Por qué tienen unas notas de corte tan altas?

– Pues porque se ofrecen pocas plazas, ya lo hemos dicho.

– De hecho, algunos alumnos se quedan sin poder cursar una ingeniería, aunque lo hayan requerido, ¿no es así?

– Así es, ¡oh, Sócrates!

– ¿No sería lo normal que se intentaran equilibrar las notas de corte, aumentando las plazas en las facultades en las que queda gente sin entrar y reduciéndolas en las que entra mucha gente de rebote?

– Parece lógico, sí. Bueno, a no ser que la sociedad necesite especialistas en determinadas áreas.

– Ya sabemos que no es el caso. La universidad está diseñada para ofertar muchos más abogados, politólogos y filósofos de los que la sociedad necesita.

– Así es.

– Es decir, que no es que las carreras de humanidades tengan notas de corte bajas porque sean fáciles, sino porque así se ha decidido desde la autoridad.

– Vale, te lo reconozco.

– Luego, si me reconoces que el argumento de la nota de corte es falaz, ¿qué argumento te queda para decirme que las humanidades son más fáciles que la ingeniería o las ciencias?

– Espera, que me has picado. ¿Por qué se ofrecen más plazas de de humanidades o de derecho de las necesiarias, aun tolerando que la nota de corte se desplome?

– No lo sé, pero lo podemos pensar juntos. Y, mira, estamos pensando en términos políticos, económicos y legales… Además, discutir si hay una dificultad intrínseca de las distintas áreas de conocimiento es un tema bastante filosófico, ¿verdad?

– Vale, vale, no te enrolles. Vas ganando, sí. ¿Por qué puede ser que se fomente una nota de corte más baja en humanidades?

– ¿Qué efectos tiene una nota de corte más baja en una carrera?

– Alumnos menos preparados.

– Quizás sí, pero sobre todo, alumnos desmotivados.

– ¿Qué quieres decir?

– Pues que habrá muchos alumnos que no la hayan elegido como primera opción, sino como décimoquinta. No les interesa el derecho, o la filología… tenían que estudiar algo, y allí van.

– ¿Y para qué podría nadie querer alumnos desmotivados?

– Pues para bajar el nivel.

– Hmmm… ¿quieres decir que las carreras de humanidades parecen fáciles porque tienen alumnos desmotivados?

– Suena creíble. Ofreces muchas plazas, más de las que deberías. Así que sirves de carrera escoba, que recoge alumnos que no han logrado entrar en la que es su verdadera vocación. Quizás no son alumnos malos, sino que están en el sitio inapropiado.

– Bueno, los profesores les machacarán, ¿no?

– Los profesores se suelen adaptar al nivel de su alumnado.

– No siempre, en las ingenierías hay huesos famosos que se jactan de suspender a toda la clase y formar tapones de repetidores.

– Sí, pero eso no ocurre en humanidades, ¿verdad?

– Mucho menos.

– ¿Crees que esos profesores huesos lo son porque su materia es muy dura?

– No, nunca es por eso. De hecho, cuando cambia el profesor se suelen desatascar.

– ¿Y no te da eso la clave?

– No está bien visto masacrar al alumnado en carreras de humanidades. Pero sí en ingeniería.

– Eso es. Hay una especie de consigna secreta: es preciso mantener el nivel de dureza en las ingenierías, pero no en humanidades.

– ¿Una consigna secreta? Aaaaah, ¡¡conspiran todos los profesores!!

– ¡¡No, caramba!! Nadie conspira. Son estructuras sociales que hacen que determinados comportamientos estén bien vistos o mal vistos. Como si se me ocurre salir vestido de bailaor flamenco a la calle. No está prohibido por ninguna ley, pero todos me mirarán raro.

– Vale, de acuerdo. ¿Y por qué se boicotea el nivel en las facultades de humanidades?

– Hm… Imagina que tienes el poder.

– Imagino.

– Imagina que necesitas mantener a toda la población engañada. Que has montado un sistema de justificación de tu dominio basado en mentiras.

– Imagino.

– ¿Qué es lo que más miedo te da?

– Que alguien desmonte mis mentiras.

– Y ese alguien, ¿será un ingeniero o un físico?

– Quizás, pero no es probable. Es más fácil que sea un politólogo o un abogado.

– O un economista, o un historiador, o un filólogo, o un filósofo.

– Sí, alguien de humanidades.

– Sí, alguien de humanidades.

– Entonces, ¿no son más fáciles las humanidades?

– Imagina que las ciencias son como tipos de terrenos. La física es fértil, suele recompensar el esfuerzo con resultados exuberantes. La economía es seca y dura, te enfrentas a la dificultad de entender el comportamiento de millones de seres humanos. Y, además, a las mentiras que propagan los poderosos. De los físicos se espera una alta precisión y elegancia. En el caso de los economistas, se celebra cada pequeño éxito, por cutre que sea. ¿Cuál es más fácil?

– Pues no lo sé.

– Ni yo tampoco. Pero creo que los poderosos fomentan la mala economía, la mala filosofía, la mala historia. Y boicotean con todos los medios a su alcance. El más sofisticado es ahuyentar a las mentes brillantes, hacerles pensar que el estudio de las humanidades es fácil, que no es un empeño a su altura.

– ¿Hacer creer que es fácil no atrae a la gente?

– A la gente mediocre, quizás. La gente brillante se ve atraída por los retos. Diles que algo es muy difícil, y se volcarán a estudiarlo. La mecánica cuántica es difícil de comprender, así que es un reto para cabezas listas.

– ¿Y qué retos te planteas tú?

– Hay muchas preguntas que quiero responder. ¿Cómo influye la lengua en el pensamiento? ¿Podemos evitar la siguiente gran crisis del capitalismo? ¿Qué es el humor, qué nos hace reír? ¿Es posible articular un sistema de democracia directa, sin representación? ¿Cómo surgen las chispas de creatividad? ¿Por qué la matemática es tan eficiente para comprender el mundo natural? ¿Qué causa los desplazamientos en nuestro sentido de la belleza? ¿Cómo crea el poder la ilusión de libertad en la que nos movemos? ¿Por qué hay algo y no nada? Y todo esto sin renunciar a las preguntas científicas. Debo confesarlo… la verdad es que me gusta todo. Las ciencias tanto como las humanidades.

– Juuuuuuuuuu… Mira, no sé dónde acabarás, pero vas a ser un terremoto dondequiera que vayas.

 

Dedicado a kilpi

Entre Pitufina y la esclavitud sexual

El pitufo granjero, el pitufo fortachón, el pitufo filósofo, el pitufo poeta, el pitufo gruñón, papá pitufo… y Pitufina. Todos los pitufos menos uno son varones, y tienen su pitufoetiqueta, una cualidad que les caracteriza. Y luego está Pitufina, que no necesita más pitufoetiqueta que ser mujer.

characters_smurfette_002
En 1991, Katha Pollitt describió por primera vez el «efecto Pitufina» (the Smurfette principle): las películas y series infantiles y juveniles, cuando no están dirigidas explícitamente a un público femenino, están organizadas en torno a un grupo de chicos aderezado con una única mujer, normalmente representada de manera estereotípica. El artículo original cita a las Tortugas Ninja y a los Teleñecos (the Muppets). Anita Sarkeesian, en su blog Feminist Frequency cita además a Inception, Transformers, Winnie the Pooh, Star Wars, The Big Bang Theory (en su primera temporada)…

Pero no debemos preocuparnos, se trata sólo de series infantiles y juveniles. En realidad, somos la generación que superó el sexismo. El machismo está tan extinto como los diplodocus. Fijaos si no en esta noticia: diez hombres jóvenes aparecieron recientemente asesinados y violados en una ciudad latinoamericana. Por lo visto, fueron víctimas de una red de prostitución que les secuestró y les esclavizó para ser sometidos a violaciones diarias. Cuando se aburrieron de ellos, les pegaron un tiro y les dejaron tirados en una casa abandonada.

Ah, no, calla. Que no eran hombres.

Eran mujeres.

Ahora tiene más sentido, ¿verdad?

¿Qué pensáis que pasaría si la noticia fuera real? Si se esclavizara a hombres para disfrute sexual, y se les asesinara brutalmente cuando dejaran de ser útiles, o cuando se rebelaran. Habría una ola de indignación en el mundo entero. Pero son siempre mujeres. Así que no pasa nada grave.

Os dedico el siguiente dato. La mayor parte de la esclavitud en el mundo es esclavitud sexual. Mujeres, claro. Las estimaciones varían, pero ninguna baja de los dos millones de personas. Millones de mujeres esclavizadas para ser violadas a diario. Pensad un poco. Imaginad por un momento que se tratara de hombres. Millones de hombres esclavizados y humillados a diario. Habría una guerra. ¿Habéis leído 2666, de Roberto Bolaño? Pues no es ficción. En Ciudad Juárez las mujeres desaparecen, son violadas y asesinadas por centenares. Si fueran hombres, el país estaría en guerra. Pobre Ciudad Juárez, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos. Que las mujeres sean asesinadas, esclavizadas y violadas es triste, claro, pero es algo que se puede perfectamente asumir dentro del orden natural de los acontecimientos. En resumen: duele menos el sufrimiento de las mujeres.

Y ahora, en un sorprendente giro, intentaré traer a colación a la Pitufina.

Necesitamos etiquetas para entender a las personas, y para entendernos a nosotros mismos. Hombres, mujeres, queer, ricos, pobres, clase media, del Madrid, del Barça, agnósticos futbolísticos, panaderos, profesores, artistas de circo… No subestiméis nuestra necesidad de categorías, de identidades: son la base del pensamiento. Nos ayudan a predecir el comportamiento de los demás, y a actuar socialmente sin quedar como imbéciles. También nos ayudan a entender qué esperan los demás de nosotros y, de nuevo, no quedar como imbéciles.

Todos nosotros tenemos una multitud de etiquetas, que conforman nuestra identidad. Yo soy varón, gaditano, físico, profesor, izquierdista, agnóstico futbolístico, y llevo coleta. Y más cosas, muchas más. Soy saxofonista (aficionado), escritor (afinicionado), feminista, no creo en la necesidad del horario de verano, linuxero, programador, farfullo el chino… Algunas de estas etiquetas son más relevantes que otras. Una identidad rica tiene muchas componentes relevantes. La individuación, el proceso por el cual asignamos a alguien el carácter de individuo único, tiene mucho que ver con una alta complejidad en su identidad, en su conjunto de etiquetas. Si tienes una sola etiqueta relevante, eres un cliché. Si tienes muchas, eres un individuo. Por supuesto, la identidad de una persona depende de a qué distancia se la mire. Tus amigos íntimos y tu familia considerarán una identidad más rica. Pero aquí nos situamos al nivel de identidad pública, la que forma tu tarjeta de visita en la mayoría de las interacciones sociales. La imagen que de ti se hace alguien que charla diez minutos contigo en una fiesta (antes de que bebas de verdad).

Hay etiquetas fuertes y etiquetas débiles. Una etiqueta fuerte es la que te permite predecir muchas cosas sobre el comportamiento de alguien. El ejemplo más relevante es «ser mujer». Recuerdo cuando explicaba a mi madre que una amiga no quería tener hijos. Mi madre, que no conocía a mi amiga, me respondió que eso no podía ser. Y que ella «sabía mejor que yo lo que quieren las mujeres». Ésa es la clave. Mi madre se permitía hacer inferencias en base a un único dato: los cromosomas. Bueno, en realidad, no llegó a hacer un análisis cromosómico, pero me entendéis. Saber que persona es mujer te permite hacer muchas inferencias. A menudo son erróneas, sí, pero con frecuencia son correctas: quiere tener hijos, quiere enamorarse, le importa mucho su aspecto, antepone el cuidado de los demás a su desarrollo personal… La etiqueta «mujer» eclipsa a las demás. Por ejemplo: los físicos somos adictos a nuestra carrera, pero de una «física mujer» se esperará que renuncie a ser profesora en Cambridge si tiene que cuidar de su madre enferma. A medida que la sociedad evoluciona, la etiqueta fallará cada vez más en sus predicciones y perderá fuerza. Si algún día falla tanto como acierta, la sociedad la abandonará. Pero ese día está lejos.

¿Por qué es tan fuerte la etiqueta «mujer»? Porque el sistema social necesita el trabajo gratuito de las mujeres para sobrevivir. ¿Imagináis que el cuidado del hogar, de los hijos y de los ancianos estuviera sometido a las fuerzas del mercado? Nunca poder confiar en nadie, pues todos son mercenarios… temer siempre que, si se te acaba el dinero, te abandonarán a tu suerte y morirás como un perro. No deja de sorprender que una sociedad capitalista, que supuestamente valora la libertad en los intercambios por encima de todo, dependa de la sumisión de la mitad de la población a un rol que no han elegido, sino que les viene impuesto. Para los defensores del capitalismo realmente existente es muy importante demostrar que la sumisión de las mujeres está dictada biológicamente, de la misma manera que para los filósofos de la Antigüedad clásica era importante justificar la inferioridad de los esclavos germanos. No es más que una racionalización burda, necesaria para mantener tus privilegios. Todos somos buenas personas… si vamos a explotar a alguien, debemos convencernos de que no es alguien, que es un robot, que es un objeto. No se pone nombre al cerdito que se va a sacrificar. En Star Wars, a los soldados imperiales no se les ve la cara. Así no nos duele que mueran por miles en la Estrella de la Muerte. Una de las claves de la robotización es asignar una identidad lineal, una etiqueta fuerte que anule la posibilidad de una personalidad genuina. Así, aunque las mujeres sean el 50% de la población mundial, la Pitufoaldea sólo necesita una porque… ¡son todas iguales! Vista una, vistas todas. Una pitufina médico o una pitufina bombero no aportarían nada a la trama. Son tres mil millones de mujeres, y una sola personalidad. Así que cada una toca a un tercio de milmillonésimo de persona. Desde ese punto de vista, no duele hacerlas sufrir, tenerlas sometidas, que sean máquinas de dar placer, lavar la ropa y parir hijos.

Todas las etiquetas fuertes están ligadas a la explotación. Ser judío en Varsovia, palestino en Gaza, charnego en Mataró, gitano en las Barranquillas, negro en la valla de Ceuta, chicano en Denver, argelino en París… Todas permiten a los demás hacer muchas inferencias sobre ti, deshumanizarte, y a ti mismo comprender por qué los demás pueden maltratarte sin remordimientos. Para ser antidisturbios en España es obligatorio asignar a los del 15M una identidad lineal. De ahí el término «perroflauta». O pensad en los muertos de los CIE, o los asesinados por la Guardia Civil en Ceuta. A la mitad de los españoles les parece triste, pero no terrible. Claro. Porque no saben nada de ellos, ni quieren saber. Basta con una única etiqueta: son africanos-muertos-de-hambre. Seguro que alguno tocaba el bajo, o hacía juguetes de madera, o no le gustaba el fútbol, o estudiaba historia, o era sindicalista. Pero eso sería tener cara, tener nombre.

¿Es entonces la identidad lineal la causa del sexismo y del racismo? Por supuesto que no. Es parte de un complejo autosostenido de sometimiento, necesario para la reproducción del sistema social, el capitalismo realmente existente. La explotación no desaparecerá meramente por el desarrollo de la conciencia. Pero el desarrollo de la conciencia la dificultará, pues hará que más personas se pasen al lado oscuro de la fuerza. O al luminoso, ya no sé. Me hice un lío con las metáforas. Pero me entendéis. 😛

Agradecimientos a nim y a chv.

Feliz día de la Mujer Trabajadora.

Huelga, no. Lo siguiente.

El pasado jueves la comunidad educativa española ganó una batalla a las fuerzas medievalizantes del gobierno. En un momento en el que todos hablan de caída de las fuerzas, las manifestaciones fueron nutridísimas y muy bien organizadas. El profesorado ha perdido impulso, pero lo han ganado los estudiantes y los padres. La opinión pública está de nuestro lado, la ley Wert nace muerta y la Estrategia Universidad 2015 no llegará a nacer.

huelga24O

Pero la huelga fue un fracaso. Asumámoslo. Los estudiantes fueron los que vaciaron las aulas, pero no el personal. ¿Es eso importante? Mi primera tesis es que no, no lo es.

Las huelgas han forjado el Estado del Bienestar. Mil cosas que damos hoy por supuestas son logros que se arrancaron a los patronos a golpe de huelga, como la jornada de ocho horas, la eliminación del trabajo infantil… Aunque no se nos suela contar, España fue uno de los primeros países del mundo en lograr la jornada de 8 horas a nivel nacional. Fue gracias a la huelga general de 1919, que paró Cataluña… ¡¡durante cuarenta y cuatro días!!

La huelga es una herramienta de lucha de increíble eficacia en la industria, sobre todo cuando los obreros necesitan entrenamiento (y son difícilmente reemplazables). Precisamente por ello, la industria se ha ido de Europa. Los trabajadores de Bangladesh aún tienen que luchar por lo que nosotros damos por supuesto. Y Amancio Ortega se frota las manos.

La huelga es como la penicilina. Un antibiótico muy eficaz, sí, pero nosotros tenemos cáncer. Y no sirve de nada. ¿Qué quiero decir?

Con «nosotros», me refiero a los trabajadores de los servicios públicos: profesores, médicos, bomberos, científicos… Cuando el patrón quiere cerrar la fábrica, la huelga no le hace daño. Si los empleados públicos paramos, no perjudicamos a nuestro patrón. De hecho, le permitimos ahorrar un día (y pico) de sueldo, y le damos un argumento para convencer a la población de la necesidad de privatización.

Entonces… ¿han sido un error las huelgas? En absoluto, fueron un acierto. La marea verde consiguió el punto clave que jamás había tenido el profesorado en España: cohesión. Hacer algo, todos juntos, aunque fuera tocarnos el lóbulo izquierdo. Saber que el 90% de los profesores de Madrid estaban dispuestos a perder un día de sueldo sin esperar tener ninguna ventaja salarial fue lo que creó la mística de las mareas. La lucha no es por defender derechos laborales, sino la calidad del servicio público prestado. Por eso los primeros colectivos más valorados por la población son los trabajadores públicos que citaba antes: médicos, científicos, profesores… Las huelgas nos han forjado.

Pero, ¿hay que continuar? No. El «momento-huelga» ya pasó. Ahora hay que dar el siguiente paso, el que haga daño de verdad. Ya no nos jugaremos un día de sueldo, sino un expediente disciplinario. Hay que pasar a la desobediencia civil, y vulnerar las normas que nos imponen, siempre en favor del servicio público prestado.

¿Ejemplos? Seguir dando cobertura médica a los sin-papeles; negarse a la expulsión de alumnos por impago de la matrícula; no aceptar en los colegios a directores nombrados desde la administración; abrir los centros a deshoras, para realizar más actividades para la comunidad. Si estamos suficientemente organizados, podemos paralizar el cobro de las matrículas, repartir medicamentos de manera gratuita, dar las clases de manera continuada en la calle o en edificios públicos. Y eso sólo son ejemplos, ideas a bote pronto. La inteligencia colectiva del millón de personas que llenó las calles de este país dará para muchísimo más.

La lucha tiene muchos frentes, pero ahora mismo los frente más importantes son los de la imaginación y la voluntad. No podemos dejarnos llevar por ese pesimismo que nos quieren inocular. Se dan, perfectamente, las condiciones objetivas para nuestra victoria: el país sigue siendo rico, la población está harta. Si nos dejamos aplastar será sólo porque nos falta la vena combativa que tuvieron nuestros bisabuelos en 1919. Y entonces será el final de este país.

A partir de una conversación con Migeru

¿Corporatismo?

Los mercadócratas han descubierto la forma de salvar el culo, conceptualmente hablando. Según ellos (sorprendeos conmigo) no vivimos en un sistema capitalista, sino en uno… (wait for it)… ¡corporatista! Es decir, un sistema en el que las empresas han crecido fuera de control, se han hecho con el poder del Estado y lo utilizan para mantener sus privilegios… El capitalismo auténtico ha sido pervertido a causa de la intervención estatal. Noticias frescas, amigos mercadócratas, ancaps y asimilados: eso es el capitalismo desde, al menos, principios del siglo XIX.

Cuando el modo de producción fundamental es feudal, el Estado está en manos de los señores feudales. Durante siglos, el modo de producción feudal luchó contra el capitalista por la primacía. Pero con la Revolución Industrial, la victoria capitalista fue completa. Desde entonces, los capitalistas controlaron el Estado, y lo utilizaron para luchar contra su enemigo natural… que ya no era la aristocracia feudal, sino el proletariado. Tan elemental… La idea de que existe una oposición entre el Estado y los capitalistas es… bueno, una telenovela para intelectuales.

corporatism

Estoy muy harto de la ambigüedad lingüística en las discusiones sobre política y economía. Sobre ello irá mi próximo post.

Muerte y resurrección del capitalismo

Boceto de historia del Siglo XX

«La edad de los extremos», como la llamó Eric Hobsbawm, es el mayor misterio de la historia. Comprendemos mucho mejor la caída del imperio romano, la dinastía Han, el renacimiento y la revolución francesa que el siglo XX, precisamente por tenerlo tan cerca. La revolución rusa, la gran depresión, la guerra civil española, Auschwitz, el muro de Berlín, Vietnam, mayo del 68… todo eso lo tenemos encima, no es fácil tomar perspectiva. No «pasó», sino que «ha pasado». Nuestra situación económica y política presente no es más que la conclusión lógica de toda esa masa de hechos. Los análisis, por tanto, son aún interesados y partidistas. No nos enfrentamos con el error, sino con la mentira.

Por todo eso, en un sano ejercicio de hubris, me dispongo a redactar un boceto de explicación, de narración de la historia del siglo XX. Será deliberadamente provocativo y parcial, esperando suscitar la discusión que el tema merece.

El mundo en 1900

Hacia 1900 el mundo está sumergido en dos impresionantes caminos de desarrollo complementarios: el técnico y la lucha obrera. La electrificación, el motor de explosión y la tecnología agraria aumentan enormemente la productividad. La lucha obrera consigue que esa productividad se reparta cada vez más equitativamente entre la población de los países ricos. Los sistemas democráticos se desarrollan, la libertad y la igualdad avanzan en Europa y EEUU. Demasiado, para el gusto de los capitalistas, que vuelcan sus fuerzas en el exterior: mercados cautivos y acceso a materias primas baratas. Es la llamada fase imperialista del capitalismo.

Las grandes potencias se reparten el mundo, y entran en competencia militar. El conflicto es inevitable, y estalla en 1914, en la primera guerra mundial. Aunque hoy en día nos parezca increíble, los partidos socialdemócratas y los sindicatos apoyan a sus gobiernos en el esfuerzo bélico. ¿Cómo podían no darse cuenta de guerra era, meramente, una lucha imperialista? Es sencillo: porque el éxito sindical les ha hecho vulnerables. Las fuerzas que habían sido revolucionarias han desarrollado unos aparatos de poder y unas burocracias que les hacen sensibles a la manipulación gubernamental. Les prometen el soñado acceso a los parlamentos, al poder oficial. A cambio, renuncian al internacionalismo y convencen al pueblo de que luche por su patria.

No todos los gobiernos son tan inteligentes, claro está. En Rusia, el Zar se aferra a los viejos modos, y la población se rebela contra una guerra que no entiende. O que entiende mejor que los obreros franceses y alemanes. La revolución de Octubre crea el primer estado que se define como soviético. (Nota lingüística al margen. Tanto «soviet» como «iglesia» significan, originariamente «asamblea».)

¡Tú! ¿Fuiste voluntario?

¡Tú! ¿Fuiste voluntario?

Las guerras raramente se desarrollan como a los políticos les gustaría. La revolución desencasquilla el avance de la guerra, que termina en pocos meses. Las potencias capitalistas imperiales, temiendo la posible expansión del régimen soviético y con la excusa del pago de la enorme deuda de los zares, invaden Rusia. Sorprendentemente, el nuevo régimen consigue devolverles al mar. El miedo se convierte en pánico.

Los años 20 son especialmente interesantes. Los partidos socialdemócratas han llegado, como se les prometió, al establishment. Se crea el régimen de democracia formal, con grandes partidos burocratizados que tan sólo difieren en el nombre. Los gobiernos, para frenar el avance revolucionario, compran a los sindicatos, que se convierten en el freno de la clase obrera. A lo largo de los primeros años 20 se suceden diversos intentos revolucionarios en Europa, culminando con la gran huelga general inglesa de 1926, que fue traicionada por los sindicatos. En otros países, como Alemania e Italia, el mecanismo es diferente: la creación de grupos paramilitares como los Freikorps alemanes o los fascistas. En cualquier caso, en todo el mundo desarrollado la lucha obrera es abortada.

La productividad sigue creciendo, pero los salarios no. Los beneficios empresariales se disparan. Es la belle epoque, el Gran Gatsby y la cocaína. En el plano del espíritu, ha terminado la fe en la razón y el progreso continuo de la humanidad. La barbarie de la guerra crea una generación intelectual escapista que desarrolla las vanguardias y las filosofías irracionalistas. En el plano político, por no perder el afecto de las clases medias, se inventa el capitalismo popular: se insta a obreros cualificados, pequeños comerciantes y granjeros a invertir en bolsa. Los precios de las acciones se disparan, como en una estafa piramidal. La gente compra acciones a crédito y se crea una enorme burbuja. Los economistas avalan la estabilidad del sistema, e inventan justificaciones con unas matemáticas sofisticadas. Pero…

"Los ricos son diferentes. Tienen más dinero".

«Los ricos son diferentes. Tienen más dinero».

La gran depresión

La burbuja estalla el año 1929, el año de la gran depresión.

Una buena parte de la población está sobre-endeudada. Se producen impagos y los subsiguientes pánicos bancarios. La población acumula dinero en metálico en sus casas. Se contrae la demanda, los precios bajan, y con ellos los salarios. Pero, al bajar los salarios, la deuda real crece, y la espiral deflacionista continúa. Como nos cuentan en «Las uvas de la ira», los granjeros prefieren rociar sus mercancías con gasolina antes que malvenderlas. En medio de la abundancia, el mundo rico pasa hambre.

the-great-depression[1]

Eso fue lo que predijo Marx: el capitalismo se destruiría a sí mismo. Todos los ojos se vuelven hacia la URSS, unos con pánico y otros con esperanza. Los partidos comunistas disparan su afiliación en toda Europa. Los capitalistas vuelven sus ojos a los partidos fascistas. Se condona la deuda de guerra a Alemania y se permite su rearme para frenar un posible avance militar soviético. Surgen los primeros estallidos bélicos, en Etiopía y en España, que despiertan a los intelectuales, y surge una generación mucho más vigorosa, comprometida y realista.

¿Cómo se salvó el capitalismo? La historia comienza cuando John Maynard Keynes, Irving Fisher y otros economistas reconocen lo que ya es obvio: el capitalismo es inestable, tiene ciclos perversos y se destruye a sí mismo. Marx tenía razón. Pero buscan ponerle remedio: se necesita que el estado actúe siempre de manera contraria al ciclo. Cuando la economía se enfría, el estado la debe calentar. Y cuando está caliente, la debe enfriar. Franklin D. Roosevelt llega al poder en 1933 en EEUU, e implementa las políticas keynesianas: el New Deal. La caída en picado de la economía estadounidense frena, y comienza la recuperación. Aumenta enormemente los impuestos de los super-ricos, y los utiliza para realizar un gasto público enorme en infraestructuras, que duran a día de hoy, y en el principio del estado del bienestar. Los brotes verdes, como si dijéramos, aparecen. Y eran reales.

El otro gobernante que implementa políticas keynesianas es Adolf Hitler. Crea el estado del bienestar alemán, y nuevas infraestructuras. Pero Hitler no saca el dinero de los super-ricos alemanes, que le han ascendido al poder, sino del expolio a los judíos. Esa diferencia es abismal, y lleva al partido nazi a una espiral de violencia y saqueo que termina por desembocar en la segunda guerra mundial. La guerra es el otro estímulo keynesiano de la economía, más importante aún que las obras públicas, puesto que en tiempo de guerra ningún super-rico se niega a pagar un 94% de impuestos. Sí, sí, habéis oído bien, un 94%. Ahí queda eso.

Cuando uno nace guapo...

Cuando uno nace guapo…

La edad de oro del capitalismo

Termina la guerra en 1945, el capitalismo se ha salvado por el momento. Los políticos son aún conscientes de la fragilidad del establishment, y se esfuerzan en crear estructuras que lo salvaguarden, las llamadas instituciones de Bretton Woods: el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional tenían que ser garantes de la estabilidad económica mundial. Keynes deseaba que fueran parte de Naciones Unidas, pero al final quedaron en manos de EEUU. Ese error tuvo consecuencias mucho tiempo después. El dólar había quedado convertido en moneda mundial de facto, pero EEUU era consciente de que debía ser generoso. El Plan Marshall inundó Europa de dinero y de medios para su reconstrucción.

Por su parte, la URSS también había salido políticamente reforzada de la guerra. Pese a las esperanzas de los capitalistas, el avance nazi no había derrumbado el régimen. Al revés, el apoyo popular a Stalin era entonces más fuerte que nunca. Pero sus ansias revolucionarias habían decaído. La URSS renuncia formalmente a expandir el comunismo en Europa o EEUU, restringiéndose a su área de influencia reconocida en el este de Europa. Aun así, el espectro del comunismo aún perturbaba los sueños de los capitalistas occidentales. Comienza la guerra fría.

Comienza la edad de oro del capitalismo, en Europa Occidental y EEUU. Los estados cobran unos altos impuestos a sus super-ricos, y los utilizan para desarrollar el estado del bienestar en sus países. Vacaciones pagadas, seguro de desempleo, sanidad, educación… Los salarios se vinculan a la productividad, los obreros cada día viven mejor. Los partidos comunistas ven perder su número de afiliados, entre las persecuciones políticas y el acomodamiento de la clase obrera. La ciencia y la técnica se desarrollan, las libertades formales se consolidan, la amenaza de guerra se disipa en el primer mundo. El miedo a la URSS y a la expansión del comunismo es, paradójicamente, lo que causa la edad de oro del capitalismo.

¿Y en los países subdesarrollados? La competición imperialista, que había causado la guerra, termina para dar lugar a un «cártel imperial» de estados que se apoyan en el expolio del resto del mundo, bajo la égida de EEUU. Se otorga la independencia formal a muchas colonias. El nivel de explotación habría crecido uniformemente, de no ser por la guerra fría. La URSS apoyó los movimientos anti-imperialistas en muchos de estos países. En parte por ideología, y en parte porque pensaban que serían el talón de Aquiles del capitalismo. Así fueron desarrollándose enfrentamientos localizados: Corea, Cuba, Vietnam. Y es precisamente en Vietnam donde comienza la siguiente etapa de nuestra historia.

Vietnam y el fin de la bonanza

EEUU es el garante mundial de la paz, líder del cártel de países imperialistas. No puede, por tanto, permitir que ningún micro-país le tome el pelo. La derrota en la crisis cubana fue dura, así que decidieron dar un escarmiento. El candidato evidente era la Indochina francesa, hoy conocida como Vietnam. Tras años de lucha, los comunistas de Ho Chi Minh estaban derrotando a Francia. Como hicieran en Cuba en 1898, decidieron entrar en el conflicto usando un autogolpe. En 1965 fingieron un ataque norvietnamita contra un navío estadounidense. Tras un gasto enorme de vidas y de dinero, en 1975 fueron derrotados.

Give peace a chance..

Give peace a chance..

El gasto en la guerra de Vietnam desbordó las previsiones del gobierno estadounidense. En 1971, el presidente Nixon decidió «desvincular el dólar del oro». Eso significaba que podía imprimir cuantos billetes deseara, no estaba limitado por las reservas del país. Y así lo hizo: había que pagar a la policía mundial. En teoría clásica económica, el pecado de calentar la máquina de imprimir billetes se castiga con la inflación. En efecto, los años 70 fueron años de una altísima inflación. Añádanse otros factores, como la rebelión de los países más ricos de entre los subdesarrollados: los productores de petróleo. Y la desregulación bancaria, con su expansión de crédito asociada, que comienza en aquella época. El miedo a la gran depresión comienza a perderse en las nieblas de la historia. Los banqueros dejan de agachar las orejas.

En los años 70, el mundo entero vivía el fin del sueño. Tras treinta años de bonanza económica, el paro crecía, los salarios se estancaban. Muchos países subdesarrollados habían recibido préstamos de Occidente durante los años buenos, y es el momento de apretar las clavijas. EEUU comienza a utilizar al Banco Mundial y el Fondo Monetario como gángsters. Los golpes de estado en Chile o Argentina son avisos para navegantes, qué puede ocurrir si no cooperas. Se fuerza a todos estos países a desmontar sus nacientes estados del bienestar y generar superávits que se invertirán en… dólares. De esta manera, EEUU genera demanda para todo el dinero que imprime de más, y salva su economía.

La era del neoliberalismo

La ineptitud de la izquierda europea y la derrota de los movimientos del 1968, así como la inoperancia de la URSS, que no ha sabido sacar provecho de la crisis, convence a los capitalistas de que ha terminado la época del miedo. Podemos volver a 1920.

Comienzan los 80, Margaret Thatcher y Ronald Reagan llegan al poder.  Ambos tienen como economista de cabecera a Milton Friedman, que les dice lo que ellos quieren oír: el desastre económico de los años 70 fue creado por un excesivo estado del bienestar. Se inaugura la ideología neoliberal, que asegura que cualquier empresa será mejor gestionada si es de propiedad privada que si es de propiedad pública. Comienza una ola de privatizaciones que hizo a unas pocas personas mucho más ricas. El desastre de los ferrocarriles ingleses, que un día fueron los mejores del mundo, proviene de esta época.

Worse... tango... ever...!

Worst… tango… ever…!

Como objetivo económico único, los seguidores de Friedman (también llamados «monetaristas») sólo persiguen el control de la inflación. La inflación excesiva es mala, claro está. Pero a quien más perjudica, con diferencia, es a los banqueros: si la inflación es mayor que el interés que van a cobrar, recibirán menos dinero del que prestaron. El efecto es inmediato: la economía, que comenzaba la recuperación, vuelve a hundirse. Los años 80 comienzan mal. Tras el experimento fallido, vuelve el gasto público a crecer, pero no para recuperar el estado del bienestar. Crece en armas: el sprint final de la guerra fría. La URSS ya no es capaz de sostener la lucha y cae el Muro de Berlín en 1989.

Los sindicatos, débiles ya, son desarmados. Los salarios se desvinculan de la productividad. Los capitalistas van adquiriendo una parte creciente del pastel. Pero la demanda interna cae: ya no tenemos quien compre los productos que fabricamos. El dinero escapa de la economía productiva, que da rendimientos bajos, y huye a la esfera financiera, a la especulación. Durante la edad de oro del capitalismo las burbujas fueron un fenómeno desconocido. Ahora regresan, y son continuas. La primera se produce en Japón, a finales de los 80, inaugurando la «década perdida» del país. Luego son la burbuja asiática, las punto com… Los políticos continúan eliminando las barreras que se impusieron tras 1929. En 1995, Bill Clinton deroga la ley Glass-Steagall, que separaba, desde tiempos de la gran depresión, los bancos comerciales de los bancos de inversión. Es decir: que impedía que se especulara con los ahorros de la ciudadanía corriente. De repente, los especuladores vuelven a contar con todo nuestro dinero para jugar. El riesgo es, claro, mucho mayor.

En lugar de ver el problema, los economistas garantizan que el libre mercado es siempre estable. Sus matemáticas son ahora más sofisticadas, unas preciosas ecuaciones diferenciales estocásticas…  pero con premisas falsas no puedes esperar conclusiones correctas. Se toleran instrumentos financieros que eliminan riesgos a los inversores, a cambio de incrementar el riesgo de colapso global del sistema. Por ejemplo, los seguros de impago de créditos. Hay una cierta analogía con la crisis medioambiental: cada fábrica contaminante se libera de sus gases tóxicos, a cambio de ensuciar la atmósfera en su conjunto.

La crisis de 2008-?

La gota que colmó el vaso fue la burbuja hipotecaria. La presión del capital forzó en muchos países la liberalización de la construcción de viviendas, en lugar de hacerla obedecer a planes urbanísticos globales. Allí se desbordó el dinero acumulado tras la explosión de la burbuja de las punto com. Así, contra toda racionalidad económica, se produjo una explosión de oferta y, a la vez, una explosión de precios. Pero, como dijo Keynes, los mercados pueden ser irracionales durante más tiempo de el que tú puedes mantenerte solvente.

Los bancos ya no asumían riesgos al conceder créditos, ya que estaban asegurados de mil formas. Contra la creencia popular, la banca no necesita tener reservas para poder prestar: el dinero de los créditos es dinero ficticio, creado de la nada. Las reservas las otorga, a posteriori, el banco central. Estas hipotecas se combinaban en paquetes, se aseguraban y se vendían en los mercados internacionales. Así que el único límite era el cielo… El resultado lo conocemos todos: llegó la primera ola de impagos, el primer banco insolvente. Nadie sabía quería comprar paquetes financieros, todos querían vender. El mercado colapsó: nadie sabía cuál era el precio de aquellos activos, pues nadie los quería.

El fantasma del 29 resucitó, al fin, con fuerza. Los banqueros se aterraron, culparon a los gobernantes de no haberles vigilado, como si fueran niños traviesos y les suplicaron que les rescataran. El estado, a pesar de toda la ideología neoliberal, no es enemigo de la empresa privada, sino su valedor último, así que volcó sus recursos en el rescate de los financieros irresponsables.

Después, el poco dinero que les quedó lo dedicaron a estimular la economía a la manera keynesiana. Sí, después de todo, Keynes tenía razón. Pero ya no había dinero en las arcas, tuvieron que pedirlo prestado… a los mismos que les habían rescatado. Los economistas neoliberales, que no vieron venir la crisis, fomentaron la nueva burbuja, al declarar que era el excesivo gasto público el que había provocado la crisis, y el estado del bienestar es insostenible… Comienzan a oírse términos como austeridad, consolidación fiscal… El crecimiento se detiene, el paro se dispara, y los que trabajan lo hacen cada día más para pagar deudas ajenas…

Lo que es insostenible es que los recursos sean detraídos sistemáticamente de la economía productiva a la financiera. Y la culpa última de ello la tiene la caída de la demanda, provocada por la falta de fuerza obrera. Al final, sí, de nuevo, la lucha real es una lucha de clases. ¿Surgirá a tiempo un nuevo Keynes que salve de nuevo el capitalismo? ¿O nos enfrentamos a sus últimos años?

Las víctimas son culpables

Si existe el infierno, yo lo reservaría para los que hacen a las víctimas sentirse culpables de su situación.

«Es verdad que los desahucios son un drama, pero las deudas hay que pagarlas. Si compraste un piso muy por encima de su valor real, y para ello te endeudaste, es tu responsabilidad. Nadie te obligó.»

Me sorprende la cantidad de veces que he tenido que soportar ese argumento, incluso viniendo de gente inteligente y bien intencionada. Se trata de una de esas tristes falacias que ya serían sospechosas con tan sólo ver lo bien que le sientan a los poderosos. El éxito de la propaganda política es siempre obtener la gestión del sentido común. Y en este caso lo han logrado: el argumento anterior parece auto-evidente.

Todo abuso de poder se intenta siempre justificar culpabilizando a las víctimas. Pensemos en las mujeres violadas que tienen que soportar preguntas dirigidas a establecer si ellas «provocaron» la agresión. No, señores, ser una víctima no implica ser una persona pura y candorosa. Una mujer puede ser provocativa con su manera de vestir y de actuar, puede ser tan guarrilla como le dé la gana y, aun así, tener derecho a ser defendida en caso de violación. No se debe tolerar que un juicio por violación se convierta en un juicio sobre el estilo de vida de la mujer violada. De la misma manera, una familia que ha perdido su vivienda y queda con una deuda de por vida tendrá mi apoyo, aunque en su momento hubieran usado el préstamo hipotecario para comprar también el coche y la wii. Así de claro.

«Las deudas hay que pagarlas» parece una evidencia, pero no lo es. No todas las deudas deben ser pagadas, aun cuando hayan sido asumidas libremente. Cuando una empresa quiebra, sus deudas no se cobran. Al prestar dinero, el banco asume un cierto riesgo de impago, y cobra un interés en base a dicho riesgo. La función social del banco es evaluar la probabilidad de éxito de cada plan de negocio y asignar préstamos en consecuencia. Imaginemos que pudiera idearse un mecanismo para que toda deuda fuera cobrada en cualquier caso, aunque fuera a costa de la vida de los prestatarios. En ese caso, el banco no asumiría ningún riesgo, y no tendría ningún motivo para negarse a prestar. Al no asumir riesgos, el banco tratará de convencer a los ciudadanos de que pidan prestado dinero para cualquier chorrada, por arriesgada e imbécil que sea, pues así maximizarán sus benficios. En conclusión: es necesario que, al prestar dinero, el banco asuma un riesgo de impago. En otras palabras: es necesario que algunas deudas no se paguen.

El reparto de riesgos entre prestamista y prestatario es un delicado equilibrio que debe establecer el Estado. Al fin y al cabo, el Estado es el garante del pago de las deudas. Sin la amenaza de violencia que sólo el Estado puede ejercer, nadie tendría por qué devolver ningún préstamo. Pero en los últimos veinte años los bancos han acumulado mucho poder político, y el equilibrio se ha destruido. Lograron desembarazarse de los riesgos asociados a los préstamos por diferentes vías. Por ejemplo, la venta de préstamos en forma de paquetes (CDO), o los seguros de impago (CDS). En España, añádase la ausencia de dación en pago. Los banqueros se dieron cuenta de que ganaban lo mismo, dieran préstamos buenos o malos. ¿Había desaparecido el riesgo, de verdad? No: lo asumían el Estado y los prestatarios.

¿Todos somos culpables? No, señores. Toda sociedad compleja precisa de división del trabajo y confianza en los especialistas. Confiamos en los médicos para que tomen decisiones sobre nuestra salud, en los ingenieros para que diseñen puentes y ordenadores… y en los financieros y economistas para que gestionen nuestro dinero. Los españoles éramos imbéciles, pensábamos que el director de nuestra sucursal bancaria era alguien en quien podíamos confiar, como nuestro médico. Grave error. Nos dijeron que los altos precios de los pisos eran naturales, y que era imposible que bajaran. Nos animaron a pedir préstamos aun cuando no los necesitáramos, y nos argumentaban que era bueno pedir más de lo necesario. Claro, ellos no asumían riesgos. Y los economistas les reían las gracias y publicaban artículos elogiando la nueva ingeniería financiera.

¿Qué pasaría si los físicos tuviéramos tan pocos escrúpulos como los economistas? Pues que negaríamos el cambio climático y animaríamos a todo el mundo a derrochar energía y a usar el coche hasta para ir a comprar el pan. Los magnates del petróleo nos premiarían con subvenciones y regalitos. Después, cuando llegara la catástrofe, nos llenaríamos la boca diciendo que «no había manera de preverlo» y que «todos somos culpables» de haber abusado del coche y derrochado energía.

La culpabilización de las víctimas se difunde como una mancha de aceite. Los desahuciados vivieron por encima de sus posibilidades. Los parados son vagos que quieren vivir de las subvenciones (¡que se jodan!). El fracaso escolar se debe a la falta de esfuerzo. Toda exclusión social radica, a la postre, en una culpa previa. Los no-excluidos aceptan de buen grado estas sandeces, pues les ayudan a sentirse a salvo. Eso no podría haberles pasado a ellos, pues son gente esforzada y con una gran fibra moral. Y lo que vale para las personas, vale para los países: Alemania es virtuosa, España es derrochona. El hecho de que el capital que huye despavorido de España esté ayudando a tapar el enorme agujero financiero alemán no tiene relevancia. Y lo mejor de la culpabilidad es que no mueve a la acción, sólo a la autoflagelación y al sufrimiento callado.

Así se extienden los engendros pseudo-intelectuales como «El Secreto», Paulo Coelho o los libros motivacionales que nos informan de que obtendremos todo lo que deseamos si somos positivos y nos esforzamos. Ello implica que quien no obtiene el éxito es porque no se esfuerza o no es positivo. Salen del tablero otros motivos, como que las reglas del juego sean injustas, que los dados estén cargados. Y así logran que el sentido común abrace la noción de que quien tiene éxito es porque lo merece, y los derrotados del sistema lo son por su desidia y su flojera. La vida es justa, y las víctimas son culpables.

El Clan y la Ley

Escrito en colaboración con NP-completo

Grecia, Irlanda, Portugal, España, Italia, Chipre… son los países europeos que han resultado ser más vulnerables ante la crisis. ¿Tenían alguna característica en común? El color del gobierno no parece ser un factor determinante, han disfrutado lo mismo de gobiernos denominados socialdemócratas o democristianos. Cada vez se oye a más personas resucitar ideas antiguas, como el hecho de que las culturas católica y ortodoxa no fomenten el espíritu de esfuerzo, al asumir que una vida pobre en este mundo será seguida por una vida llena de parabienes en el más allá. Por contra, el protestante rico lo es porque Dios le está premiando ya en vida, sin necesidad de cruzar el umbral de la muerte para disfrutar del favor divino. Esta teoría, sostenida sobre la confusión entre correlación y causa-efecto, no tiene más virtud que su sencillez. Sólo hay que comparar las horas de trabajo en los distintos países de Europa para falsarla. A la postre, está basada en estereotipos y clichés, y tiene la misma respetabilidad científica que los chistes de catalanes o de rubias.

Otros factores económicos pueden ser mucho más relevantes. Por ejemplo, la crisis ha incidido de manera más directa en los países con mayor desigualdad. Los países del sur de Europa tienen una clase media débil, económica y políticamente, sin tirón suficiente para sostener la demanda interna. La relación causa-efecto, por tanto, se produciría en sentido contrario: no es la religión la que causa la disfunción económica. Las sociedades desiguales, bipolares, divididas en aristocracia y plebe, son las que se aferran a modos religiosos católicos u ortodoxos, que prometen la salvación en la otra vida, despreciando ésta.

Entonces, ¿no juega ningún papel la cultura en la evolución económica? Creemos que sí, pero mucho más sutil que el cliché con tufo racista que tanto satisface a Frau Merkel. En efecto, los países del sur de Europa, España entre ellos, son países propensos a la corrupción, política y económica. ¿Tenemos, entonces, un «gen» de del cohecho, que otros países no tienen? No. Pero si analizamos la estructura social española, en contraste con la de los países del norte de Europa, o con EEUU, podemos encontrar una explicación.

España (junto con Italia, Grecia, etc.) es un país muy familiar. En EEUU es frecuente criarte en Cleveland, cursar tus estudios universitarios en Austin para después desarrollar tu actividad laboral primero en Baltimore y después en Nueva York, terminando tus dias en Florida. En España es frecuente que la maternidad donde naciste, tu colegio, tu universidad, tu oficina y tu residencia de ancianos se encuentren todos en un radio de treinta kilómetros. En EEUU, por contra, no puedes contar con tu familia para resolverte los problemas cotidianos, se precisa una estructura social de soporte.

Un efecto de tal preeminencia de la familia en nuestras vidas es que se convierte en un segundo Estado al que, en muchos casos, se debe más obediencia que al primero. Y cuando los mandatos de ambos entran en conflicto, es la familia la que suele vencer. Por supuesto, hay que entender la familia en un sentido amplio. Hay que incluir a algunos amigos, a vecinos e incluso a personas con las que la relación normal debería ser de índole formal: ciertos clientes, proveedores, empleados, jefes… Usemos un término más genérico, pero igualmente sugerente: el Clan.

Por el bien del clan, está bien visto cometer pequeñas irregularidades. Nada grave. Facturar en negro. Meter a tu sobrino en el departamento. Llevarte material de oficina para el cole de los niños de tu prima. Contratar a la empresa de tu cuñado. Todo por favorecer a la familia, al clan. Cuando se trata de empleados públicos o políticos, puede tratarse de pequeñas ilegalidades. Cuando se trata de empresarios o empleados privados, quizás no sean ni tan siquiera actos ilegales… sino tan sólo decisiones que miran más por las necesidades del clan que las de la empresa. Así, el éxito de un concurso público depende en gran medida de la red de amistades de cada candidato. Si se presenta alguien de fuera, el tribunal diseñará normas ad hoc para mejorar artificialmente los méritos de los de dentro. Pero no por ello los miembros del tribunal se sentirán malas personas. Al revés, están ayudando a los suyos, a su clan, están siendo leales. Su prestigio en el clan crece, el afecto de los suyos se incrementa, la recompensa social es inmediata.

Las reglas del juego determinan a qué va a jugar la gente. La mejor estrategia en un mundo de clanes no es ser tan eficiente como podrías, no es trabajar por la comunidad, no es ser creativo y determinado. La mejor estrategia es ser leal y establecer una red de lealtades amplia e intensa, que incluya a gente en situación de poder.

El caso más paradigmático de comportamiento de clan es quizás el de los políticos, que defienden medidas en las que no creen pues son las de su partido. Los militantes de base saben que si dedican un montón de horas a llevar cafés y a pegar carteles para los de arriba, entonces los de arriba les devuelven el favor cuando ganan, creando puestos de trabajo públicos (que pagamos todos) para ejercer actividades de las que no hay demanda social alguna, pero que cumplen el perfil para que sus chicos puedan optar a ellas (si se presenta alguien de fuera, se resuelve como dijimos antes). Aunque hablamos del sector público, nada hay en él que no se dé en el privado: se dice que el 50% de los puestos de trabajo en España se consiguen por enchufe. Si contratas a alguien de esta manera, puede que estés contratando a un incompetente. Pero, en cualquier caso, quien te pidió el enchufe te deberá un favor. Y también te lo deberá el incompetente al que has contratado. Las redes del clan se extenderán. Como decía don Vito Corleone, «algún día, y puede que ese día nunca llegue, te pediré que hagas algo por mí. Hasta entonces, interpreta esto como un regalo».

Someday, and that day may never come, I’ll call upon you to do a service for me. But until that day – accept this justice as a gift on my daughter’s wedding day.

¿Por qué las grandes empresas contratan a los presidentes y ministros en cuanto abandonan sus cargos, por sueldos millonarios? ¿Por qué se instaló la famosa puerta giratoria entre el Estado y la empresa privada? ¿Acaso son los ministros especialmente competentes, versados tanto en generación de electricidad como en la administración sanitaria? No. Pero todos tienen una nutrida libreta de teléfonos.

¿Qué tiene que ver dicho comportamiento de clan con el agravamiento de la crisis económica? ¿Es el comportamiento de clan malo a priori? No necesariamente. Muchos españoles comen hoy en día gracias a la caridad de sus padres, que les han admitido de vuelta en su casa tras quedarse sin trabajo y, después, sin ingresos. Desde luego, la estructura de clan tiende a la desigualdad y a la inercia. Pero, más allá de esto, postulamos que el comportamiento de clan puede resultar demoledor para la economía de los países que se sustentan sobre él.

La crisis actual es una crisis de confianza. El problema principal es que nadie se fía de nadie. El banco no te presta dinero porque no se fía de que se lo vayas a devolver. El empresario despide empleados porque no confía en sus futuros ingresos, aunque los actuales sean aceptables. Los ricos se llevan su dinero al extranjero, porque no confían en su país. En una sociedad basada en la ley y no en el clan, los acuerdos siempre quedan por escrito, y el Estado colabora en su cumplimiento: puedes demandar a quien no cumple lo que prometió. Pero en una sociedad donde una gran parte de las decisiones económicas se toman «a nivel de clan» (e.g., el político promulga leyes que favorecen al banquero, o directamente le excarcela, el banquero condona deudas del político, el constructor dona dinero al político, el político recalifica lo que el constructor necesita, etc.), en una sociedad donde muchas decisiones económicas no quedan por escrito, la confianza en el clan lo es todo para que la rueda siga girando. Las represalias por no cumplir siempre pueden ir por debajo de la mesa (o incluso escondiendo una pistola en el retrete de un restaurante), pero los tratos basados en la ley siempre resultarán más fáciles de hacer valer. Si la confianza se pierde en una economía de tipo clan, entonces la red del clan se derrumba y la economía se paraliza. Y esto que puede ser una diferencia entre los países como España e Italia y los demás durante la presente crisis: como en ellos el peso del clan es mayor, sus economías son más dependientes de la confianza, y la carencia actual de confianza las ha hundido más que a otras.

Es triste, pero creemos que si el político, el banquero y el constructor no recuperan la confianza en su mágico idilio de privilegios auto-otorgados, si la confianza no regresa a las opacas redes clientelares que realmente mueven el dinero en este país y que no se sustentan sobre papel sino sobre la invisible y volátil confianza en el clan, entonces la desconfianza seguirá lastrando a la economía española.

Efectivamente, los países arriba mencionados son, podríamos decirlo así, «países clan». Mientras el Estado se hacía fuerte en Francia, Alemania, o Gran Bretaña durante el siglo XIX, en España e Italia todo seguía en manos de los clanes. El caso conocido más extremo es la mafia, pero el mismo concepto impregna todos los demás niveles sociales en ambos países. En países como España o Italia, el Estado nunca reemplazó a los clanes, y nunca nos convertimos del todo en una sociedad moderna. De hecho, es posible que en España el Estado de las autonomías no fuera una concesión a los ciudadanos, sino a los clanes regionales. Algunos países descentralizados funcionan bastante bien y acercaron la democracia al nivel local (EEUU o Alemania). Por contra, sospechamos que la descentralización de España cedió el control a las redes clientelares de empresarios regionales, no a sus ciudadanos.

El viaje de la ley al clan es rápido e indoloro, recordad a Michael Corleone. En cambio, pasar del Estado de clan al Estado de la ley es mucho más difícil. De nuevo, es una cuestión de confianza: es necesario que todas las clases sociales confíen en el desempeño del Estado como proveedor de servicios y de justicia. Que los trabajadores confíen en la calidad de los servicios públicos y en la protección de sus derechos, y que los empresarios confíen en que la adjudicación de contratos será transparente. Obviamente, las personas con más poder dentro del esquema actual, nuestros don Vito, se opondrán fieramente a su desmantelamiento, de manera que procurarán fomentar la desconfianza en la «clase política». No les importa enfangarse ellos mismos. Este ambiente turbio, de angustia, de incertidumbre, fortalece su poder.

A día de hoy, España sólo tiene dos caminos. El primero es la profundización en el esquema clientelar, hundirnos más en nuestro fango secular, asumir nuestro carácter de país pre-moderno. Que políticos, empresarios y banqueros vuelvan a jugar a su juego feudal. El señor Adelson ya ha puesto la primera piedra en esta dirección. Pronto oiremos cosas como «lo que sucede en Alcorcón, se queda en Alcorcón»… O, por contra, podemos abolir la influencia de los clanes y volvernos un Estado moderno. Partiendo del nivel pequeño, claro está: no tolerar que nadie se jacte de las pequeñas triquiñuelas con los impuestos, ni a los grupitos irreconciliables de poder en tu lugar de trabajo, ni que las plazas en un concurso público se otorguen a dedo. Enfrentaos con esa gente: es importante que sepan que no cuentan con la aprobación social.

Recordad que las reglas son las que determinan a qué juego estamos jugando. Queremos buenos servicios públicos, no caridad. Queremos protección de los derechos laborales, no paternalismo. Queremos que se valore el esfuerzo y el talento, no la lealtad al clan. O quizá sí, queremos lealtad al clan, pero a un clan tan grande como la propia Humanidad. El G-7.000.000.000.