Archivos Mensuales: octubre 2011

La filosofía de la economía pública

Los impuestos y los servicios públicos constituyen una unidad, un único paquete que podríamos llamar la economía pública, en contraste con la economía de mercado. En la economía de mercado recibes en base a lo que aportas. Si aportas mucho, recibes mucho; si no aportas nada, no recibes nada. En la economía pública, en cambio, aportas en base a lo que tienes y recibes en base a lo que necesitas. Se trata, por tanto, de un oasis ético donde se tiene en cuenta a las personas, sus capacidades y sus necesidades (o así debería ser).

Pero mucha gente no entiende bien el concepto. Así, por ejemplo, un malentendido típico es pensar que si llevas a tus hijos a la escuela privada tienes derecho a desgravarte, ya que no consumen plaza en la escuela pública. Si así fuera, un señor que nunca fuera por Cuenca debería poder desgravarse por las carreteras que se construyan allí. O, aún más perverso: yo no tengo hijos, ¿por qué no puedo desgravarme también mi no-gasto educativo? Un ejemplo aún más claro lo constituyen las pensiones. El dinero que tú cotizas durante tu vida laboral no es para tu jubilación, sino para la de la generación de tus padres. La generación de tus hijos pagará por ti, cuando llegues a viejo. Es solidaridad, no mercado. Por tanto, tu contribución a un plan privado es una opción personal tuya, que los demás no tenemos por qué apoyar con desgravaciones.

Como es lógico, los ricos están interesados en limitar la extensión de la economía pública, les conviene la extensión de la economía de mercado. Escuela privada: mejor cuanto más pagas. Sanidad privada: mejor cuanto más pagas. Los ricos quieren mercantilizar la mayor cantidad posible de áreas de la vida: educación, sanidad… cultura, sexo, belleza, prestigio académico… En cambio, quienes no somos ricos, o quienes siéndolo tienen un sentido profundo de la ética, deseamos la extensión de la economía pública.

El desmantelamiento de la economía pública que los ricos quieren llevar a cabo no se hace eliminando los impuestos, sino invirtiendo su progresividad. Recordad el esquema primitivo: aportas según lo que tienes. En realidad, cada vez es menos así. Cada vez los ricos aportan menos (recordad lo que dijo Warren Buffett). Ya sabéis: las SICAV que pagan un 1% de impuestos, las mil triquiñuelas, todas legales… Y otras formas más rebuscadas, como los impuestos indirectos, como el IVA, que pagamos todos por igual. Por el lado de los servicios públicos, los ricos no desean eliminarlos, sino convertirlos en caridad, en servicios asistenciales, para pobres. Como decía Rubalcaba, para quien no puede pagarse otra cosa.

Las críticas contra la economía pública no suelen ir dirigidas contra su filosofía, sino contra su implementación. Los ricos y sus adalides suelen alegar que hay mucha gente que se aprovecha y recibe más de lo que merece. Si así fuera, la solución no sería desmentelarla, sino mejorar la regulación. En los últimos meses, en cambio, los ricos han cambiado de argumento: ¡no hay dinero!, ¡somos pobres!, no es posible mantener una economía pública. Este argumento es muy difícil de aceptar… con los avances  técnicos, los avances en productividad que hacen que una sola persona produzca alimentos para mil, ¿cómo va a resultar que somos más pobres que nuestros padres? No es que no haya dinero: es que los impuestos a los ricos son tan bajos, que no recaudamos nada.

Pero el argumento más perverso en contra de la economía pública es el de su supuesta ineficiencia. Según este argumento, es mejor no gravar a los ricos porque, con ese dinero crearán puestos de trabajo. La respuesta: «o no». Quizás se dediquen al consumo de lujo. Quizás inviertan, sí, pero en mano de obra esclava en el Tercer Mundo. O especulando. Quizás destinen ese mismo dinero a prestárselo al gobierno, en lugar de dárselo mediante los impuestos. Asimismo, dicen, los servicios públicos serían más eficientes en manos de empresas privadas. ¿Es cierto que los servicios de mercado son más eficaces que los públicos? El mercado jamás habría logrado erradicar el analfabetismo. O podéis comprobar, por ejemplo, la tasa de mortalidad infantil en EEUU (7.1 por mil, sistema sanitario de mercado) y en España (4.3 por mil, sistema sanitario fundamentalmente público). La economía de mercado tiene un factor de ineficiencia imbricado en su propio centro, que es el reparto de beneficios. Los ricos no reinvierten necesariamente todo lo que ganan y, de hecho, cada vez lo hacen menos. Una buena parte se desvía para consumo de lujo o la especulación financiera. Y eso es una grave ineficiencia económica.

Pero la economía pública tampoco es perfecta. Los políticos muchas veces son, ellos mismos, ricos y se aprovechan de ella otorgando contratos con sus propias empresas, generando ineficiencia. Véase, por ejemplo, las paradas exóticas del AVE, o los aeropuertos en medio de la nada. Pero la ineficiencia pública no es inevitable, como lo es la de mercado. Es controlable, fundamentalmente mediante mayor democracia y mayor transparencia.

Si lo pensáis detenidamente, la mera existencia de una economía pública es un gol que el pueblo le metió a los ricos. Fue producto de décadas de lucha, sí, pero sobre todo del colapso de la economía de mercado que se produjo entre 1929 y 1945, y el desastre de la guerra mundial. Los propios ricos y los políticos vieron que era importante mantener áreas de la economía fuera del ámbito del mercado si querían evitar otra hecatombe semejante. Pero, claro, con los años, se han ido olvidando… Y sigue siendo cierto que la economía de mercado colapsa bajo su propio peso, como estamos viendo en esta crisis. ¿Se darán cuenta a tiempo? No lo sé, pero afortunadamente, nosotros sí nos estamos dando cuenta, y lo gritamos en las calles. El pueblo ha aprendido de la historia, así que romperemos el hechizo que nos condenaba a repetirla.

Al final resulta que tuvo Josep Borrell razón cuando, hace muchos años, dijo que habría que cambiar el final de la Internacional: «Agrupémonos todos en la lucha…  fiscal».

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