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El argumento definitivo contra los neoliberales: la herencia
Considerad un neoliberal cualquiera, X, que nos expone sus ideas. A primera vista pueden parecer razonablemente coherentes. Pero hay una prueba definitiva a la que ninguno resiste, que es la prueba de la herencia.
Un neoliberal defiende que el éxito económico es (o debe ser) fruto del mérito: el esfuerzo y el talento. Los self-made men, hombres (y mujeres) hechos a sí mismos. Los emprendedores e innovadores, que sacan adelante una idea llevada a cabo en un garaje. El estado no hace más que interferir con ellos, al confiscarles parte de su beneficio en forma de impuestos, e impedirles invertir como ellos consideren. Es una idea fácil de comprar.
¿Qué ocurre con el derecho a la herencia de los medios de producción? No me refiero a heredar el piso de tus padres, o la vajilla china de la abuela. Me refiero a heredar un 51% de las acciones del Grupo Santander. Me refiero a heredar grandes fortunas, fábricas, empresas, tierras. ¿Debe, o no debe prevalecer el derecho a la herencia?
Veamos pros y contras. Cada individuo tiene el derecho in-a-lie-na-ble a hacer su santa voluntad con su propiedad privada, así que también debería tener el derecho a legarla. Pero, al hacer esto, estamos creando un campo de juego que favorece a unos jugadores, los hijos de los ricos. ¿No es contrario al principio del mérito? ¿No estamos dando privilegios en base al hecho de haber nacido de la vagina apropiada? ¿Es eso justo? ¿Qué opina un neoliberal de ello?
Pues los hay de varios tipos. Un neoliberal con alto nivel de RwA, con su mente compartimentalizada y su tolerancia a la contradicción, no verá ningún problema y tirará hacia delante. Los neoliberales inteligentes (los hay, creedme) encuentran un fallo, una sutil brecha en su pensamiento… Y, hasta ahora, ninguno ha sabido salvarlo. Hasta donde yo sé.
Pero esa brecha es fatal. Una vez que se asume que el derecho a la herencia de los medios de producción es injusto, la caja de Pandora se ha abierto. ¿Quién se apropiará de esos bienes? Desde luego, la muerte debería terminar con el derecho a la propiedad privada (salvo en el caso de los faraones egipcios, claro está). Es la comunidad de los vivos la que debe hacerse cargo de esos bienes del finado, ya que su destino afecta a todos. Y lo más justo es que los vivos gestionen estos bienes de forma democrática.
El argumento anti-neoliberalismo es más general, pero en esta forma cobra su máxima fuerza: para tener igualdad de oportunidades, es necesario un control democrático de los débiles sobre los fuertes.
Con agradecimientos a Bastiat
Bajo el signo de la Urraca (cuento de hadas subversivo)
BAJO EL SIGNO DE LA URRACA
Un cuento subversivo
Por Yvi
I. Donde se presenta al lector al ciudadano Bolsón y a sus temerosos conciudadanos, así como las primeras pequeñas incursiones de aquél en el océano de la ciencia doblónica.
Érase una vez que se era, un reino de la lejana Hélade, llamado Atinia, que era gobernado por un presidente benévolo, del partido de los aqueos, llamado Zapajoyus, elegido entre todos. Mantenían también un rey y una reina, un príncipe valiente, una hermosísima princesa, unas lúgubres mazmorras y un dragón, pero era sólo por el Tratado de Convergencia de los hermanos Grimm, que obliga a todos los reinos de cuento de hadas.
Como en todo segundo párrafo de un cuento, ahora estaréis esperando el elemento disruptor de la paz, quizás un villano, quizás una peste. Pues no. Introduciré a una buena persona, un acaudalado ciudadano de Atinia, de nombre Bolsón. Bolsón era un hábil joyero y, como tal, guardaba siempre oro en una caja de seguridad. Un buen día, otro vecino adinerado le vino con la siguiente propuesta:
— Bolsón, buen vecino, temo a los ladrones. ¿No podrías guardar mi oro en tu caja fuerte?
Bolsón aceptó, y su vecino se sintió más seguro. Pronto, todos los ciudadanos que tenían oro guardado en casa se enteraron, y le propusieron lo mismo.
— ¡Calma, calma! –tuvo que decir Bolsón– Tanto oro no cabe en mi diminuta caja fuerte. Tranquilos, queridos convecinos. Haremos lo siguiente. Guardaré vuestro oro, pero tendré que construir una caja más grande, una auténtica cámara acorazada. Y tendré que poner un troll a la puerta para ahuyentar a los cacos. Eso me costará dinero, pero todo sea por el bienestar de mis convecinos. ¿Por qué no ponéis todos un doblón al mes, para ayudarme a sufragarlo?
Los vecinos pensaron qué pesaba más, si su miedo o un doblón al mes. Pesaba más el miedo, así que aceptaron. Bolsón construyó su cámara acorazada y trajo a un feo y enorme troll de las montañas para guardarla. Cada vez que un vecino le traía dinero, Bolsón le extendía un recibo por la cantidad entregada, con su firma y el sello con el emblema de su casa, una urraca bailarina.
Bolsón estaba fascinado por la enorme fortuna que había reunido en su casa. Comenzó a pasar horas y horas en el interior de la cámara acorazada, contando y volviendo a contar las monedas, tarea con la que obtenía un enorme placer. Descuidó así su trabajo como joyero, y pronto la competencia se quedó con su clientela. Se dio cuenta de que podía perder su medio de vida, porque el doblón mensual que le pagaban por guardar el oro no le daría para vivir… y temió mucho por ello.
Una noche, se despertó de un salto. Tenía la idea salvadora. Podía usar el dinero que tenía en la cámara, sin que nadie se enterara, para hacer negocios. Podía comprar sedas en Azrael, esclavos en Micifuz, perlas en Fierabrás, o quizá pimienta en las Islas Oscuras. Y luego venderlo todo más caro en otro sitio, recuperar el dinero, y vivir con la diferencia. O… ¡mejor aún! Podía prestar el dinero a audaces mercaderes para que hicieran eso, y luego hacer que se lo devolvieran, junto con una parte de los beneficios. Un doblón de más por cada diez que prestara. Si ganaban más, que fuera para ellos.
Así lo pensó, y así lo hizo. Bolsón prestaba el dinero a los mercaderes, que viajaban a países lejanos y allí compraban ricas telas, especias y joyas que luego vendían en Atinia y en otras ciudades. Recuperaban el dinero y se lo devolvían a Bolsón, junto con una parte de sus beneficios. El resto era para ellos. Bolsón volvía a respirar tranquilo, volvía a tener su modo de vida asegurado.
Pero los ciudadanos de Atinia no eran tontos. Al menos, no mucho. Pronto se corrió la voz de lo que estaba haciendo Bolsón con el dinero de la cámara acorazada, y fueron todos juntos a su casa con la intención de lincharle y recuperar su oro. Bolsón ya estaba preparado para esta situación, y les habló así:
— ¡Mis queridos convecinos! Es verdad, es verdad que he estado usando una pequeña parte del dinero que me dejasteis en depósito, pero no he perdido un solo doblón. Más aún, cuando me devolvían el dinero he pedido un doblón de más por cada… ehm… por cada cien que prestaba. Dejaré de cobraros el doblón mensual por guardar vuestro dinero, y además repartiré entre vosotros el dinero que he ganado, ¿estáis de acuerdo?
Los atinianos se miraron entre sí, se alegraron sobremanera y comenzaron a reír y a bailar entre ellos como niños. ¡Fabuloso! ¡Espléndido! ¿Pero cómo era posible? Ellos metían su oro en una cámara acorazada y… de repente… ¡había más! Esto es una maravilla, propio de un cuento de hadas, se dijeron. Felicitaron a Bolsón, le llenaron de parabienes y halagos, y se fueron contentos a su casa, con sus intereses.
Cuando salieron, Bolsón estaba encantado de su astucia. A él le daban un doblón por cada diez, es decir: diez doblones por cada cien. A sus vecinos, les daba un doblón por cada cien, así que le quedaba una ganancia neta de nueve por cada cien, y además sus vecinos eran felices. Igual hasta le nombraban hijo predilecto de Atinia.
Bolsón había mudado de profesión. Como dueño de la única cámara acorazada de Atinia, fundó el gremio de camareros, del que se nombró presidente vitalicio.
La vida era hermosa y no parece que vaya a haber mucho cuento, ¿no es cierto? Seguid, seguid leyendo, amable lectora, amable lector.
II. Donde se narra la expansión de la urraca y la aparición de los primeros billetes, y cómo la ciencia doblónica puede tornar la nada en algo, para maravilla del mundo.
Bolsón extendió sus negocios. Prestaba no sólo a los mercaderes, sino también a los que querían montar un negocio, o a los que querían comprar una casa. Con cada préstamo, eran más los doblones que recibía al mes. De estos doblones, una pequeña parte era para los ciudadanos que habían dejado el dinero en depósito, pero la mayoría era para él. Así, cada día su fortuna personal crecía más y más.
Cuanto más prestaba, más ganaba. Así que le resultaba difícil resistir la tentación de dar nuevos préstamos. Al principio, se impuso a sí mismo la norma de no prestar más de la mitad del oro que tenía en depósito. Le daba miedo que alguno de sus vecinos viniera a retirar su dinero y no tuviera qué darle. Pero con el tiempo se fue arriesgando cada vez más y más… y llegó un día en que se dio cuenta de que ¡la cámara estaba casi vacía! Sus ingresos eran enormes, pero el dinero de sus vecinos… se había volatilizado.
Justo en aquel instante, alguien entró en su casa. El corazón de Bolsón trepidó pensando que podría ser un vecino que quisiera recuperar su depósito. Pero se tranquilizó al ver que se trataba de Timoteus, un vecino pobrete que no tenía dinero depositado en su cámara. Timoteus venía a pedirle dinero prestado para comprar una casa, prometiéndole devolverle un doblón extra por cada diez, como era habitual. Bolsón iba a decirle que en ese momento no tenía fondos disponibles para prestar… pero lo pensó mejor.
— Timoteus, ¿a quién le vas a comprar la casa?
— A Florentinus, que está fabricando muchas casas del lado del Pireus.
— Aaaaaah… Entiendo.
Bolsón razonó de esta manera: Florentinus era uno de sus clientes. Tenía todo su oro en su banco. Quizás, si era astuto, podía hacer una jugada maestra… Sacó papel y pluma, y comenzó a escribir un recibo.
— Timoteus, dado que Florentinus es uno de mis clientes, y dado que seguro que quiere ingresar el dinero en mi cámara, me parece tonto hacerte cargar con los doblones, para que luego él me los traiga de vuelta. Hagamos esto, te doy el recibo que le hubiera dado a él si me hubiera depositado el dinero. Tú le das el recibo, y él te da la casa. Y tú me devuelves el dinero, un poquito todos los meses, de manera normal. ¿Qué te parece?
Timoteus se rascó la cabeza unos instantes. Mientras tanto, Bolsón le puso su firma y el sello de la urraca bailarina al documento.
— Pero, ¿seguro que él me dará la casa?
— ¡Pues claro, hombre! Si no te la da, vuelves aquí y te daré doblones de verdad.
Y funcionó. Bolsón había prestado, por primera vez, dinero que no tenía, y estaba encantado con su idea. Ya no necesitaba oro para dar créditos, porque su sello era oro. Lo giró entre sus deditos, lo acarició, y lo miró fijamente, hipnotizado ante su propio poder…
Por su parte, Florentinus el constructor se dio cuenta de que también él podía hacer negocios sin intercambiar doblones. Comenzó a pagar a sus proveedores con recibos de Bolsón y, con el tiempo, también a sus trabajadores. Bolsón tuvo que preparar una pequeña imprenta en la parte de atrás de su casa, en la que preparaba muchos recibos pequeñitos, que valían entre uno y cien doblones, todos ellos con el hermoso sello de la urraca bailarina.
La urraca bailarina levantaba el vuelo sobre el cielo de Atinia. ¿Qué podría salir mal?
III. Donde, por primera vez, se menciona a los descontentos con el régimen de la urraca y cómo son domeñadas sus inquietudes mediante los buenos oficios de la retórica.
La filósofa Hypazía, discípula de los ilustres Keynesíades de Albión y Chomskión de Masachutes, conversaba cada mañana en el ágora con sus conciudadanos sobre la situación política. Aquellos días, la autora de textos claves en ciencia económica, como «El doblón y el champiñón, interacción y propuesta» o «Cien buenas razones para tener limpios tus doblones», mostraba públicamente su desconfianza con el poder que Bolsón comenzaba a acumular en sus manos.
— La urraca bailarina está engullendo nuestro oro, y amenaza la estabilidad de nuestra ciudad.
Hubo algunos murmullos de aprobación en el corrillo que se había reunido en torno a ella.
— Los recibos del ciudadano Bolsón se han convertido en la moneda de facto en Atinia. Todos nuestros intercambios se realizan ya así. Eso significa que el ciudadano Bolsón, para pagar cualquier cosa que desee, no tiene más que… escribir un recibito y ponerle su sello.
Una ola de indignación recorrió al grupo reunido. Entonces, una voz se alzó de entre ellos. Un señor calvo y gordo gritaba:
— ¡Conciudadanos! ¡Soy Ratus el Magníficus, director del Banco de Atinia! Pasé diez años de mi vida estudiando ciencias mágicas del doblón en la escuela de altos estudios pitofláuticos de Transmoronia, en Mangulia exterior.
Murmullos de admiración. Ratus prosiguió:
— ¡Conciudadanos! La ingeniería doblónica trae la prosperidad a los pueblos. ¿Acaso no veis cómo, cuando un ciudadano tiene necesidad de dinero, no tiene más que acudir a la casa de Bolsón, y sale con él en la mano? ¿Cómo podría eso no ser bueno? Los negocios prosperan. Nunca se había visto tanta pimienta, tanta porcelana y tantas perlas en el mercado. Nunca se habían construido tantas casas. ¡Atinia ha sido bendecida con el signo de la urraca, con el aval de la ciencia doblónica!
Hypazía retomó la palabra iracunda:
— ¡Ciudadanos atinianos! El préstamo de dinero es una buena idea, sin duda, pero estando en manos de un ciudadano particular, ¿cómo sabemos que es un sistema seguro? ¿Cuántos recibos ha firmado el ciudadano Bolsón, sobre dinero que nunca tuvo en su cámara acorazada? Bolsón puede comprar lo que quiera, y a quien quiera, con sólo firmar. ¡Exijo que se hagan públicas las cuentas del señor Bolsón!
Ratus prosiguió con voz meliflua:
— ¡Conciudadanos! La joven Hypazía no entiende las complejidades de la ingeniería doblónica. Ustedes tampoco lo harían, además de que les parecería sumamente aburrido. Hay que usar trigonometría cuántica, y derivadas hermenéuticas de orden fraccionario, y determinantes aristotélicos transtelúricos. ¿Por qué hacer las cosas tan difíciles? El Banco de Atinia, a través de mi humilde persona, ya vigila suficientemente las cuentas del señor Bolsón, y les aseguro que son perfectamente regulares, y que todo se hace para bien del reino. Confíen en nuestro señor presidente y su sabiduría. Estén tranquilos, nosotros velamos por ustedes.
La muchedumbre pareció aplacarse con las palabras de Ratus el Magníficus, que siguió diciendo:
— Y, para demostrar la buena voluntad del señor Bolsón, ¡vean, vean quién aparece en la plaza, por cortesía de la Urraca! Aquí y ahora, en concierto, en el ágora de Atinia y en primicia mundial… ¡¡Aristópato de Caliserda y los Patéticos Peripatéticos!!
Y salieron los músicos, ataviados con togas multicolores, al centro del ágora, con sus flautas de Pan tuneadas y sus liras eléctricas, entre los gritos de entusiasmo de la multitud, y los desmayos de las jovencitas atinianas…
Hypazía se retiró, seguida por sus discípulos, sintiéndose muuuuy cansada. No se daba cuenta entonces, pero la batalla acababa de empezar.
IV. Donde se narra cómo la magia de la Urraca creó una preciosa burbuja, que reflejaba los colores del arcoiris, fascinando a los ciudadanos de Atinia.
Florentinus era un hombre feliz. Su abuelo había sido albañil, hacía los capiteles jónicos con más volutas de toda la Hélade. Su padre se aprovechó de la relajación gubernamental de la política de gremios y esclavizó a una cuadrilla de albañiles, haciéndose famoso por sus frontispicios redonditos. Él, digno sucesor de tan magna herencia, había logrado que el gobierno de Atinia revisara ciertas normas sobre dónde se podía y dónde no se podía edificar, había contratado a cientos de albañiles mal pagados, y cada día nuevas casas con su sello se levantaban en cualquier paraje.
Cierto es que la calidad ya no era la de antaño. Sus casas no estaban a la altura de los magníficos edificios de la vieja acrópolis. Las líneas de sus capiteles corintios parecían dibujadas por un mono epiléptico. Pero aun así se vendían y, desde que la urraca levantó el vuelo, a precios cada día mayores.
En su despacho, el veterano constructor revisa sus libros de cuentas. Observa emocionado cómo, hace sólo unos años, los precios de las casas tenían que ser la mitad si quería encontrar comprador. Se enjuga una lágrima de emoción. Recuerda entonces las últimas palabras de su padre: «Nunca olvides, Florentinitus, que la vivienda es un bien de primera necesidad. Exprime a los panolis de tus clientes cuanto te venga en gana, no tienen alternativa».
¿De quién fue la idea? ¿De Bolsón, o suya? Bueno… ¿qué importa eso ahora? Florentinus, simplemente, subió un buen día el precio de las viviendas un diez por ciento. Esa misma tarde llegó una pareja de recién casados a su oficina, escandalizados. Él puso su mejor expresión compungida, les habló del precio del mármol y de las huelgas de picapedreros en el Beluchistán. La pareja se sentía desconsolada, pensando que aún tendrían que ahorrar un año más para poder tener su casa cuando… Florentinus, de repente, les ofreció la solución. ¿Por qué esperar, amigos? Simplemente, ¡pidan un préstamo a Bolsón, y compren hoy mismo la casa! Vamos, vamos, si se les ve, que se mueren por vivir en ella y criar churumbeles… ¿no se han fijado en las maravillosas vistas al mercado de esclavos? ¿Y estos azulejos con grabados de la batalla de las Termópilas y de Medea asesinando a sus hijos? Además, sé de buena tinta que las huelgas del Beluchistán no han hecho más que empezar. Los precios seguirán subiendo… En caso de que (los dioses no lo quieran) se vieran en dificultades económicas, pues recuperan su inversión e incluso ganarán!!
Pues funcionó, oiga. Picaron. ¿Qué otra cosa podían hacer? Bolsón les dio el crédito y compraron la casa, un diez por ciento más cara. Y también picaron los siguientes, y los siguientes… Florentinus siguió subiendo los precios, poquito a poquito, hasta llegar a duplicarlos, y Bolsón dio tantos créditos a sus conciudadanos que no podía dárselo a sus propios ojos. Los atinianos mismos, los que eran propietarios de casas, se sentían también maravillados: sus propiedades habían subido increíblemente de valor. ¡Todos ganaban! La magia del doblón…
Bolsón pensó… ¿por qué sólo casas? Quiero que los atinianos compren todo a crédito. Para eso, necesitaba sólo que los precios subieran poco a poco. El esquema era fácil: Bolsón abría una línea de crédito fácil sobre la compra de un nuevo bien (esclavos, columnas jónicas para el atrio, togas estampadas…). Los vendedores comenzaban a subir los precios, recomendando a los clientes desilusionados que pidieran un crédito para realizar la compra. Pero era importante que los sueldos no subieran en la misma medida, o el esquema se vendría abajo. Bolsón y Florentinus convencieron al gobierno de que era necesaria una política de «moderación salarial».
Como en lugar de dar oro daban su firma, la gente tenía la sensación de llevarse sus bienes gratis a casa. En realidad, estaban entregando no sólo su sueldo presente, sino también su sueldo futuro. Como se otorgaba crédito sobre crédito, los plazos de devolución se iban alargando. Los primeros eran para devolver en unos meses, luego en un año, luego unos pocos años…
El señor Empatítocles fue portada del «The Atinian Times», por ser el primero en obtener un crédito que tendría que devolver a lo largo de cuarenta años. Su sonriente rostro sosteniendo el pagaré, grabado por Fidius, circuló por todo el país.
Hypazía y sus discípulos estaban ahítos de preocupación.
Bolsón, en cambio, miró su creación, y vio que todo esto era bueno.
V. Donde se narra cómo la magia de la Urraca se disipó de repente, sin previo aviso por parte de los magos del doblón.
Y entonces, un día gris, el señor Bolsón tuvo que negar su primer crédito.
Todo ocurrió con bastante rapidez. Atinia tenía que abastecerse de ciertos productos en el exterior. No sólo productos de lujo, como las sedas o las perlas de Micifuz o de Azrael. También de carbón y de esclavos, que eran la fuente de energía básica en la ciudad. Los comerciantes de las demás ciudades aceptaron durante un tiempo los billetes firmados por Bolsón. Pero, con el tiempo, Bolsón comenzó a poner pegas para convertirlos en oro… y los comerciantes se volvieron desconfiados. Corrió la voz en torno a la prodigalidad con la que Bolsón estampaba su firma, y al final decidieron que no valía nada. Querían doblones de verdad. Pero Bolsón tenía muy pocos… Tenía, eso sí, montañas de papel.
De esta manera, Bolsón se obsesionó con recopilar doblones, y comenzó a negar créditos. Contaba con que, si ahorraba todos los doblones que le devolvían sus deudores durante un par de años, podría recuperar su actividad normal. Pobre Bolsón, pasó noches sin dormir, previendo la tormenta que se avecinaba. Se prometió a sí mismo no ser tan avaricioso, y reservar en el futuro más doblones de verdad en su cámara acorazada. Llegó a echar la bronca a su amigo Ratus el Magníficus, presidente del Banco de Atinia, por no haberle obligado a seguir unas normas más rígidas.
Pero ya era tarde.
Al negar los préstamos, los atinianos ya no pudieron comprar casas. Florentinus, el constructor, se encontró de repente con miles de viviendas vacías en toda Atinia. Aterrado, despidió a cientos de albañiles. Muchos de ellos habían comprado su propia casa… a crédito. Y al estar en paro, dejaron de pagar. Bolsón tuvo que enviar a sus trolls de seguridad para desahuciarlos. Cientos de atinianos se vieron en la calle. Bolsón subastaba las casas rápidamente, porque necesitaba doblones con urgencia. Pero, al no cubrir la venta el precio inicial, los atinianos desahuciados seguían en deuda con Bolsón.
Los albañiles, en paro, en la calle y endeudados, no podían consumir. Se cerraron tiendas y fábricas por toda Atinia. Y, con cada tienda cerrada, una nueva remesa de gente iba al paro, y también se veían en la calle y endeudados… acrecentando la bola de nieve. El país se hundía. El panorama era desolador. Cientos de solares con obras a medio terminar. Fábricas cerradas, tiendas vacías…
El gobierno asistió con estupor al proceso que hacía que la población fuera cada día un poco más pobre. Hasta el rey y la reina de atrezzo se asustaron y se escondieron en sus mazmorras de atrezzo. El gobierno se reunió para discutir. Sí, contaban con el tesoro público, la mayor cantidad de doblones del país… Algo había que hacer para evitar el colapso, pero… ¿qué?
La filósofa Hypazía y Bolsón fueron a llamados a una reunión el presidente de Atinia, Zapajoyus, líder del partido aqueo. Ambos le expusieron sus propuestas:
— Señor presidente –decía Hypazía–, tiene que dar trabajo a los atinianos en paro, es lo esencial. Construya vías imperiales, templos, estatuas, acueductos… esas cosas que hacemos bien los atinianos.
— ¿Y con qué dinero, ilusa? –contraatacó Bolsón.
— Pues con un impuesto extraordinario sobre las grandes fortunas.
— ¡Mujer estúpida! Señor presidente, no se deje engañar por esta extremista anti-esclavista peligrosa, que lo que no entiendo es por qué está aquí en lugar de en casa, cuidando de sus hijos… –replicó Bolsón–. ¡Si los ricos disponen de menos dinero, cerrarán más negocios, y más gente irá al paro!
Hypazía dedicó a Bolsón una mirada homicida, y prosiguió.
— El motivo por el que el paro aumenta no son los impuestos, señor presidente, sino la pobreza de la gente común. Sin clientela, los ricos cierran sus negocios, e invierten su oro fuera de Atinia. No escuche a este delincuente. Declare una moratoria en el pago de las deudas, para que la gente no pierda sus casas. Y cree una cámara acorazada pública, no debemos depender de estafadores como Bolsón. Su modelo de negocio ha fracasado, déjele quebrar.
— Señor presidente, seamos realistas. Si mi cámara acorazada quiebra, el país quebrará con ella. ¡Es la urraca la que ha traído la prosperidad a Atinia! Présteme a mí los doblones, con un bajo interés, y todo volverá a ser como antes. Podré dar crédito de nuevo, volverán a construirse casas, tendremos esclavos, sedas y especias, todos seremos ricos otra vez. Vamos, presidente, anímese y cante conmigo… ¡¡Everybooooody loves someboooody… sometimes!!
Cuando Hypazía y Bolsón salieron del palacio, el presidente Zapajoyus reflexionó. Pero no tuvo mucho tiempo para hacerlo. Un sofista de Bolsón entró solapadamente en su despacho y le hizo una oferta personal muy conveniente… «Señor presidente, si nos presta el dinero, no sólo verá cómo el país vuelve a florecer. Además, para recompensar su visión y liderazgo, cuando deje el puesto de presidente le nombraremos director ejecutivo magnífico excelentísimo consejero sempiterno permenente y pegamoide de la Urraca. Con un sueldo de seis cifras». El presidente Zapajoyus no era ningún héroe, y el sueldo de seis cifras le serviría para tapar algunos agujerillos… así que aceptó.
Al día siguiente se hicieron públicos sus designios. El presidente Zapajoyus daba un crédito a Bolsón por valor de millones de doblones, al ridículo interés de un uno por ciento. Explicó detenidamente a la ciudadanía por qué era lo mejor que podían hacer, cómo todo era para bien del país, y blah, blah, blah. Hasta se pintó ojeras antes de salir a hablar.
Y pasaron los meses. Bolsón acumuló el oro que le dio el gobierno para tener como reserva en su cámara acorazada y así poder hacer frente a los pagos que no le permitían hacer con papelitos. No tenía intención de volver a dar crédito a la ciudadanía hasta haber reunido una cantidad suficiente de doblones. Los primeros días, Zapajoyus iba con frecuencia a gritarle, pero Bolsón le recordaba el sueldo de seis cifras… y al final dejó de hacerlo.
El país se hundía cada día un poquito más, y el prestigio de Zapajoyus con él. Su oponente político, Rajatero, candidato del el partido troyano, se veía ganador indiscutible de las siguientes elecciones… pero cuando le preguntaban sobre lo que pensaba hacer cuando gobernara tartamudeaba un poquito y luego se callaba, o hablaba de fútbol, porque en realidad no tenía ninguna idea nueva. Era sobrino segundo de Bolsón, y tenía una confianza ilimitada en él y en los magos del doblón. Estaba seguro de que, al final, siguiendo los consejos de Bolsón, todo saldría bien.
Y el desastre se propagó hasta alcanzar al gobierno. El tesoro real no ingresaba nada, porque los ciudadanos no tenían sueldo y, por tanto, no pagaban impuestos. Pero los gastos seguían allí. El gobierno seguía teniendo que pagar a maestros, médicos, legionarios… Y llegó un día en el que no quedaba un solo doblón en el tesoro. ¿Qué hacer? Zapajoyus visitó uno por uno a los ciudadanos ricos de Atinia para rogarles que le prestaran algo de dinero… pero nadie se fiaba de él y le faltaba el coraje para reclamarlo como impuestos. Su última opción era… Bolsón. El presidente se vio obligado a visitarle. Y Bolsón, que había esperado pacientemente, vio que había llegado de nuevo su momento de gloria.
— Claro, claro, señor presidente. Le prestaré con gusto el dinero. Pero quiero un interés de un veinte por ciento.
— ¡Pero Bolsón! ¡Es usted una arpía redomada! Yo le he prestado ese mismo dinero al uno por ciento.
— Cierto, amigo. Pero usted conoce las ciencias mágicas del doblón, ¿no es verdad? El interés debe ser proporcional al riesgo. Y, con franqueza, no creo que el tesoro real vaya a sobrevivir a la crisis. En gran parte, a causa al interés usurero que le estoy imponiendo –Bolsón se rió–. ¿No sabe usted lo que es una profecía auto-cumplida? Lea el «Edipo», léalo… y, mientras tanto, págueme mi veinte por ciento de interés.
— Pero ¿cómo voy a hacer para pagar un interés tan alto?
— Bueno, eche a maestros y médicos. ¿Quién los quiere? Usted y yo tenemos nuestros médicos personales, no necesitamos los médicos del gobierno. Y a la escuela no vamos a volver, claro está. Y deje de pagar a los ancianos y a los parados, son unos parásitos. A los legionarios no los eche, hágame el favor, ni a los trolls de seguridad, los vamos a necesitar cuando las cosas se pongan turbias.
Zapajoyus aceptó el préstamo, entendió que le habían tomado el pelo, y salió de la casa de Bolsón. Las dos tardes que dedicó a aprender ciencia mágica del doblón, por lo visto, no le habían servido para nada. Su única esperanza era que, en cuanto pudiera desembarazarse del cargo, podría disfrutar de su sueldo de seis cifras.
VI. Donde, tras las noticias gravosas de los capítulos anteriores, se muestra al amable lector un leve resplandor de esperanza que aún conservan los atinianos.
Ese mismo día, los idus de Mayo, se manifestaron decenas de miles de personas en el ágora de Atinia. Estudiantes, parados, filósofos, profesionales, amas de casa… jaleados por los discípulos de Hypazía. Pedían que la decisión sobre el destino del tesoro real no quedase en manos del presidente, sino del pueblo. Querían democracia real ya, democracia participativa. Cierto es que ellos habían elegido a Zapajoyus como presidente, pero ninguna elección era un cheque en blanco.
El presidente Zapajoyus estaba preocupado. Estaba acostumbrado a que el pueblo le quisiera, y eso era fácil mientras todo iba bien. En realidad, era un hombre inseguro que se creía buena persona, y esta situación le sobrepasaba. Ya no podía fingir, como al pricipio de la crisis, que todo lo que hacía era por el bien del pueblo. Optó por recluírse en su castillo y dobló la guardia de trolls en la puerta.
Los manifestantes formaron un movimiento articulado en todo el país, que se llamó el «Idus-M». Acamparon en el ágora de Atinia, en la plaza de Helius. Esgrimían pancartas con lemas como «No te quedes en tu domus, te la podrían quitar», «Poco pan y pésimo circus» o «Aqueos y troyanos, la misma mierda son». Las manifestaciones se extendían cada día. Se lanzó el movimiento «Ocupa el Foro», frente a la cámara de Bolsón. Bolsón llamaba a los trolls de seguridad para que echaran a los manifestantes. Pero cuantos más porrazos pegaban, más manifestantes venían, hasta que el mismo Bolsón aceptó que la situación era insostenible, se compró unos tapones para los oídos y les dejó gritar cuanto quisieran.
Zapajoyus se vio obligado a echar a los servidores públicos para poder pagar el interés usurero a Bolsón. Primero echó a los maestros. Pensó que, como la mayoría eran mujeres, serían más sumisas y aceptarían su destino. Pero, como en las ciencias del doblón, se equivocó de medio a medio. Se vistieron con togas verdes, maestras y maestros, y sus discípulos, y sus padres, y salieron todos al ágora a gritar… El siguiente paso eran los médicos… y entonces también los médicos y los enfermos salieron a gritar. Cuanta más gente echaba, más incómodos estaban los ciudadanos, y más trolls tenía que poner en la puerta de su palacio.
Desesperado, Zapajoyus nombró como sucesor a Rubalcalvus, su mano derecha, quien salió al balcón del palacio para gritar que entendía los problemas del pueblo y les apoyaba… pero le llovieron tomates, y tuvo que volver corriendo al interior. Rajatero, el líder del partido troyano, se partía de la risa e intentó salir al ágora, esperando que el pueblo le aclamara. Pero, sabiendo que era sobrino segundo de Bolsón, le tiraron huevos podridos a la cabeza.
Estando próximas las elecciones, Rajatero y Zapajoyus se reunieron. A pesar de que el país se estuviera hundiendo, sólo les preocupaba que el juego electoral siguiera siendo un juego entre ellos dos, y que no pudiera aparecer ningún tercero en discordia. Se las arreglaron para aprobar una ley que, en la práctica, aseguraba que los votos a cualquier otro candidato que no fueran ellos valieran la tercera parte.
Amable lectora, amable lector, hemos llegado al final de nuestra historia. ¿Queda esperanza? Ciertamente, los atinianos son imaginativos y están pensando cómo forzar un cambio de sistema que quite de manera definitiva el poder de las manos de aqueos, troyanos y camareros. Quieren democracia directa, poder decidir entre todos qué es lo que se hace. Porque saben que, cuando se delega en alguien, siempre te puede traicionar: sólo es preciso un cheque con el número suficiente de ceros. Como dicen en Atinia: «hetairos no faltan, si acaso financistas». ¿Lograrán su propósito? Estén atentos, amables lectores, la aventura más fascinante del pueblo atiniano seguirá desarrollándose puntualmente ante sus ojos…
La filosofía de la economía pública
Los impuestos y los servicios públicos constituyen una unidad, un único paquete que podríamos llamar la economía pública, en contraste con la economía de mercado. En la economía de mercado recibes en base a lo que aportas. Si aportas mucho, recibes mucho; si no aportas nada, no recibes nada. En la economía pública, en cambio, aportas en base a lo que tienes y recibes en base a lo que necesitas. Se trata, por tanto, de un oasis ético donde se tiene en cuenta a las personas, sus capacidades y sus necesidades (o así debería ser).
Pero mucha gente no entiende bien el concepto. Así, por ejemplo, un malentendido típico es pensar que si llevas a tus hijos a la escuela privada tienes derecho a desgravarte, ya que no consumen plaza en la escuela pública. Si así fuera, un señor que nunca fuera por Cuenca debería poder desgravarse por las carreteras que se construyan allí. O, aún más perverso: yo no tengo hijos, ¿por qué no puedo desgravarme también mi no-gasto educativo? Un ejemplo aún más claro lo constituyen las pensiones. El dinero que tú cotizas durante tu vida laboral no es para tu jubilación, sino para la de la generación de tus padres. La generación de tus hijos pagará por ti, cuando llegues a viejo. Es solidaridad, no mercado. Por tanto, tu contribución a un plan privado es una opción personal tuya, que los demás no tenemos por qué apoyar con desgravaciones.
Como es lógico, los ricos están interesados en limitar la extensión de la economía pública, les conviene la extensión de la economía de mercado. Escuela privada: mejor cuanto más pagas. Sanidad privada: mejor cuanto más pagas. Los ricos quieren mercantilizar la mayor cantidad posible de áreas de la vida: educación, sanidad… cultura, sexo, belleza, prestigio académico… En cambio, quienes no somos ricos, o quienes siéndolo tienen un sentido profundo de la ética, deseamos la extensión de la economía pública.
El desmantelamiento de la economía pública que los ricos quieren llevar a cabo no se hace eliminando los impuestos, sino invirtiendo su progresividad. Recordad el esquema primitivo: aportas según lo que tienes. En realidad, cada vez es menos así. Cada vez los ricos aportan menos (recordad lo que dijo Warren Buffett). Ya sabéis: las SICAV que pagan un 1% de impuestos, las mil triquiñuelas, todas legales… Y otras formas más rebuscadas, como los impuestos indirectos, como el IVA, que pagamos todos por igual. Por el lado de los servicios públicos, los ricos no desean eliminarlos, sino convertirlos en caridad, en servicios asistenciales, para pobres. Como decía Rubalcaba, para quien no puede pagarse otra cosa.
Las críticas contra la economía pública no suelen ir dirigidas contra su filosofía, sino contra su implementación. Los ricos y sus adalides suelen alegar que hay mucha gente que se aprovecha y recibe más de lo que merece. Si así fuera, la solución no sería desmentelarla, sino mejorar la regulación. En los últimos meses, en cambio, los ricos han cambiado de argumento: ¡no hay dinero!, ¡somos pobres!, no es posible mantener una economía pública. Este argumento es muy difícil de aceptar… con los avances técnicos, los avances en productividad que hacen que una sola persona produzca alimentos para mil, ¿cómo va a resultar que somos más pobres que nuestros padres? No es que no haya dinero: es que los impuestos a los ricos son tan bajos, que no recaudamos nada.
Pero el argumento más perverso en contra de la economía pública es el de su supuesta ineficiencia. Según este argumento, es mejor no gravar a los ricos porque, con ese dinero crearán puestos de trabajo. La respuesta: «o no». Quizás se dediquen al consumo de lujo. Quizás inviertan, sí, pero en mano de obra esclava en el Tercer Mundo. O especulando. Quizás destinen ese mismo dinero a prestárselo al gobierno, en lugar de dárselo mediante los impuestos. Asimismo, dicen, los servicios públicos serían más eficientes en manos de empresas privadas. ¿Es cierto que los servicios de mercado son más eficaces que los públicos? El mercado jamás habría logrado erradicar el analfabetismo. O podéis comprobar, por ejemplo, la tasa de mortalidad infantil en EEUU (7.1 por mil, sistema sanitario de mercado) y en España (4.3 por mil, sistema sanitario fundamentalmente público). La economía de mercado tiene un factor de ineficiencia imbricado en su propio centro, que es el reparto de beneficios. Los ricos no reinvierten necesariamente todo lo que ganan y, de hecho, cada vez lo hacen menos. Una buena parte se desvía para consumo de lujo o la especulación financiera. Y eso es una grave ineficiencia económica.
Pero la economía pública tampoco es perfecta. Los políticos muchas veces son, ellos mismos, ricos y se aprovechan de ella otorgando contratos con sus propias empresas, generando ineficiencia. Véase, por ejemplo, las paradas exóticas del AVE, o los aeropuertos en medio de la nada. Pero la ineficiencia pública no es inevitable, como lo es la de mercado. Es controlable, fundamentalmente mediante mayor democracia y mayor transparencia.
Si lo pensáis detenidamente, la mera existencia de una economía pública es un gol que el pueblo le metió a los ricos. Fue producto de décadas de lucha, sí, pero sobre todo del colapso de la economía de mercado que se produjo entre 1929 y 1945, y el desastre de la guerra mundial. Los propios ricos y los políticos vieron que era importante mantener áreas de la economía fuera del ámbito del mercado si querían evitar otra hecatombe semejante. Pero, claro, con los años, se han ido olvidando… Y sigue siendo cierto que la economía de mercado colapsa bajo su propio peso, como estamos viendo en esta crisis. ¿Se darán cuenta a tiempo? No lo sé, pero afortunadamente, nosotros sí nos estamos dando cuenta, y lo gritamos en las calles. El pueblo ha aprendido de la historia, así que romperemos el hechizo que nos condenaba a repetirla.
Al final resulta que tuvo Josep Borrell razón cuando, hace muchos años, dijo que habría que cambiar el final de la Internacional: «Agrupémonos todos en la lucha… fiscal».
En resumen
Los ricos están tanteando cuánta porción del pastel nos pueden quitar sin que nos rebelemos. El problema es que, para cuando lo averigüen, quizá no quede pastel.
La democracia líquida
El futuro de la democracia, en mi humilde opinión, es la democracia líquida. Se trata de una combinación inteligente entre la autenticidad de la democracia directa (participativa, real) y la comodidad de la democracia representativa.
Imaginemos que el sistema parlamentario español se puliera de sus mil trampas, que fuera realmente representativo, que el voto en Soria contara igual que en Madrid, que el partido gobernante se viera obligado a cumplir su programa electoral. Entonces se trataría de una democracia representativa, que aún sufriría siempre de un problema básico, a saber: la democracia sólo se ejercería en el momento de las elecciones. Sólo seríamos ciudadanos mientras tenemos la papeleta en la mano; en el momento en el que la soltamos, volvemos a ser súbditos… por cuatro años.
La alternativa es la democracia directa. En ella, cada ciudadano vota a propuestas, no a personas, en una especie de referendum permanente. Los ciudadanos elegimos entre las opciones presentadas, y podemos presentar propuestas a nuestra vez. El problema de esta opción es que… nos obliga a estar informados de continuo, a leer todas las leyes y ponderar todas sus implicaciones. Yo, con franqueza, tengo una vida que vivir, con cosas mucho más interesantes que la mayoría de las leyes que se aprueban.
¿Cuál es el justo equilibrio? Un sistema mixto, que han dado en llamar democracia líquida. En él, en periodos ordinarios, cada cual delegamos el voto en alguien (persona, colectivo o partido) que merezca nuestra confianza. (Sólo se podrá delegar en una persona, como es lógico, si se ofrece para ello, para lo cual deberá hacer público su voto.) Pero tu voto siempre sería recuperable, en todo momento. Puedes cambiar de representante. Pero también puedes votar directamente, si así lo deseas, en una elección puntual. La mayoría de nosotros sólo querremos hacerlo en los pocos casos que nos resulten especialmente relevantes.
¿Qué problemas presentaría este sistema? Los políticos profesionales aducirán que la gobernación es un proyecto a largo plazo, que para llevar a cabo un programa se necesitan años de coherencia en las decisiones tomadas, y que ello sería imposible bajo este sistema. Así, por ejemplo, los ciudadanos podrían votar sistemáticamente bajadas de impuestos y aumento de los servicios públicos. Cierto. Pero esos son los riesgos de la democracia real. La ciudadanía, al sentirse realmente responsable de las decisiones, se informará y debatirá los pros y los contras de cada una, y al final encontraremos mucha más coherencia que en las decisiones de los gobernantes actuales.
Puede que no te haya convencido mi argumento. Puede que creas que no es una buena idea. No pasa nada. En ese caso es posible que no te convenza la democracia misma. Si te parece que el sistema más apropiado es la democracia parlamentaria sólo te pido, por coherencia, que no se te llene la boca con la palabra democracia, porque se parece mucho más a esto.
Aunque la idea es vieja (recuerdo haber discutido sobre ella en 2004), el intento de implementación es moderno. El Partido de Internet propone lo siguiente. Implementarán un sistema de democracia líquida en su web. Y sus diputados, si los obtuvieran, votarán de acuerdo con el resultado de la votación «líquida». En su esquema, cualquier persona censada puede votar. Sus escaños serían realmente, poder para los ciudadanos. Y si, con el tiempo, consiguieran tener mayoría absoluta, entonces las decisiones de los ciudadanos serían las que se llevarían a la práctica en realidad… No es mala idea, ¿no?
Por cierto, con la modificación que el PPSOE ha hecho de la ley electoral, la cantidad de avales para la presentación de candidaturas para las elecciones del 20-N ha crecido sustancialmente. En este link puedes ayudar, avalando a algún partido pequeño.
Por qué Zapajoy quiere acabar con el déficit
El político bicéfalo con cejas de señor Spock y barba de Papá Pitufo, que hemos aprendido a apreciar durante los últimos dos años, Josariano Zapajoy, finge tener doble personalidad por motivos electorales, aunque en realidad su pensamiento es sólido y consistente. Su propósito es terminar de hundir el país y entregarlo a los merkelados, huy, perdón, los mercados (eufemismo por el que conocemos a los banqueros, los ricos… vamos,. los de siempre). Su última gran idea ha sido promover una reforma constitucional sin referendum para asegurar un déficit limitado o cero (según quién hable).
Las dos personalidades de Zapajoy, que llamaremos por conveniencia Zapa y Joy, me recuerdan terriblemente a Gollum y Sméagol de El Señor de los Anillos. Joy pide déficit cero. Zapa pide algo más de flexibilidad. Pero ambos desean el anillo (mi tessssoroooo).
Hay dos preguntas que quiero responder: Por qué me parece una barbaridad el déficit cero o limitado. Y por qué me parece una barbaridad que lo hagan de esta forma.
Déficit cero. ¿Por qué endeudarte es malo? Pues porque luego tienes que devolver la pasta, más unos intereses. Pero, aun así, es algo que, hecho con sentido común, nos puede venir muy bien y ser necesario para sobrevivir. Imagina que quieres montar un negocio y papá no tiene pasta para financiarte. Entonces, lo normal es que pidas prestado dinero a un banco. Con los beneficios que te procurará tu negocio, pagarás la deuda, los intereses y tu pan tuyo de cada día. ¿Por qué no lo ibas a hacer?
La cuestión que Zapajoy quiere olvidar es que el gobierno, al endeudarse, puede usar el dinero mal o puede usarlo bien. Si lo usa bien, puede obtener mucho beneficio de ese dinero prestado, que le sirva para hacer crecer la economía, sacarnos de la crisis y recaudar más impuestos. Nadie pierde.
La imposición del déficit limitado es igualmente estúpida. La única diferencia es que el «déficit cero» tiene un aire de pureza mística que encanta a Joy, pero será desechada por las razones que daré a continuación.
¿Por qué los merkelados, huy, perdón, los mercados, quieren que el gobierno español limite el déficit? Fácil, para que no tenga margen de maniobra, que no salga de la crisis, y seguir expoliándonos. Un gobierno hábil podría, por ejemplo, querer fundar una banca pública que le ayudara a financiarse, y a financiar a las pymes, en el futuro. Pero eso necesita una fuerte inversión inicial. Si tenemos un techo de déficit, no podremos hacerlo. Ni eso, ni crear empresas públicas, ni hacer ningún movimiento fuerte que afecte a la economía. Así que seguiremos teniendo esa deuda enorme con los merkelados. Sólo nos permitirán el déficit necesario para pedir prestado el dinero con el que pagar los intereses crecientes (por eso no me creo lo del déficit cero).
¿No ganarían más los merkelados si España saliera adelante? ¡¡¡Sí!!! Los bancos y las grandes empresas, a largo plazo, ganarían mucho más con un país floreciente. Pero ocurren dos cosas: (1) Sólo les importan los balances a corto plazo, y ahora mismo nuestro gobierno es una mina de oro; (2) Si Pepe tiene una deuda contigo, una deuda que no puede pagar, le tienes cogido por las coletas… Los merkelados ahora mismo tienen más poder que nunca, y no lo van a soltar con facilidad.
Mirad, es como poner a un lobo a regir un rebaño de ovejas. Se come tantas, que el rebaño no sale adelante. Y él sabe que, si sigue así, en unos meses se ha quedado sin rebaño. Pero, siendo lobo, cualquiera suelta este poder…
El Referéndum: Tras más de tres meses de 15m, Zapajoy odia la idea de que la ciudadanía quiere que le consulten muchas más cosas que antes. Cada vez somos menos súbditos y somos más ciudadanos. Aunque Joy ha dicho que a la mayoría de la ciudadanía le parece bien la reforma, no se lo cree ni él. Si lo creyera, el PP proporcionaría los 35 miserables diputados que hacen falta para que se convoque el referéndum.
La Constitución necesita mil reformas. Para empezar, cada generación merece su propia constitución. Yo no voté la Carta Magna, y tengo mis añitos. Fue votada por mis padres, en un clima de miedo, de inseguridad por una democracia que era aún muy endeble… (no como ahora, que es ya inexistente). Aún la corona (concepto arcaico donde los haya) sólo puede ser ceñida si algo te cuelga entre las piernas. Tenemos un régimen que no es ni federal (a la alemana) ni centralista (a la francesa), sino que tiene los defectos de ambos estilos.
Zapa, la personalidad bambi de Zapajoy, intenta transmitir la idea totalmente antidemocrática de que sólo salvará al país sacrificándose él en la pira funeraria, haciendo cosas totalmente opuestas a la voluntad popular. En realidad, es un puñetero juego. Zapajoy es una sola persona. Lo único que quiere es hacerle el trabajo sucio a Joy, de tal manera que, cuando llegue al poder, no tenga más que sostener el fuerte. Cuando la gente se queje dirá: «no, si eso lo hizo Zapa», aunque él opine exactamente lo mismo.
#yoquierovotar
La fontanería y la democracia
(una fábula)
El grifo de mi lavabo gotea. Gotea desde hace mucho, tanto que no estoy seguro de si hubo un tiempo en el que no lo hacía. En mi ciudad hay dos fontaneros, pero mi lavabo aún gotea. La razón, me dicen algunos, está relacionada con la normativa del gremio de fontanería. No lo sé, no entiendo mucho de estas cosas, así que se lo cuento a ustedes, por ver si me pueden echar una mano.
Verán. Cada cuatro años tengo la opción de contratar a uno de los dos fontaneros. Los dos me entregan un presupuesto, y yo elijo al que me promete un mejor servicio al mejor precio. El momento de la contratación es siempre festivo, pues es un símbolo de mi capacidad para elegir. El pago de los servicios se realiza siempre en el acto… pero el fontanero siempre demora el arreglo. Comienza diciéndome que las cañerías están más estropeadas de lo que creía, que la presión de los mercados sobre el precio del PVC está en aumento… Yo pago más y más, pero nada. Y cuando me cabreo y amenazo con demandarle, me dice de manera paternalista que no es así como funciona, que él no firmó ningún contrato, sólo un presupuesto tentativo. Y que siempre tengo la opción de contratar al otro fontanero, porque para eso vivimos en un país de fontanería libre.
De manera que me termino por cansar, y a los cuatro años, harto de engaños y triquiñuelas, elijo el presupuesto del otro fontanero. De nuevo, el momento es festivo, porque es una muestra de mi capacidad para elegir. Y siempre pago en el acto. Pero a las pocas semanas ocurre lo mismo: que si los mercados, que si el PVC y la roña de las cañerías.
No sólo es molesto el goteo del grifo, sino que estoy gastando una fortuna en bayetas para recoger el agua del sueño. Me cuentan algunos que los dos fontaneros son muy amigos entre sí y del vendedor de bayetas, pero me niego a escuchar una sugerencia tan turbia en torno a la honradez de los fontaneros de mi ciudad. Cuando se lo cuento a mis amigos, me suelen decir que debo estar contento de vivir en un sistema en el que puedo elegir mi fontanero, y no protestar demasiado, a ver si me fueran a quitar ese derecho. Me dicen siempre que el problema es con los fontaneros que hay hoy en día, que están muy apalancados, y que busque fontaneros más pequeños.
Pero tengo una vecinita muy pizpireta, que está acampada no-sé-dónde, y me ha dicho que el problema no es de los fontaneros mayoritarios, sino del sistema de las reglas del gremio de fontanería. Me dice cosas que no entiendo, que un presupuesto debería ser un contrato, que debería poder cambiar de fontanero sin esperar cuatro años, y sacar a la luz todos los negocios que tengan los fontaneros con los vendedores de bayetas.
¿Tiene algo de todo esto sentido para ustedes? ¿Me ayudarían a entenderlo?
Democracia y/o capitalismo
¿Es el capitalismo compatible con la democracia?
El mito más relevante para comprender el siglo XX fue éste: el capitalismo y la democracia son la misma cosa. ¿Lo son?
Capitalismo significa que los medios de producción (fábricas, granjas, etc.) son de propiedad privada, y sus dueños obtienen de ellos un beneficio. Por lo tanto, los humanos nos dividimos en dos categorías: los que poseen medios de producción y los que trabajan para ellos. Capitalistas y trabajadores. Por supuesto, hay capitalistas que trabajan mucho, y trabajadores que ganan mucho dinero (p.ej., futbolistas). Pero eso no quita la distinción esencial: unos son dueños y otros no. Unos toman decisiones; los otros, no.
Democracia, etimológicamente, significa gobierno del pueblo. Decimos que un sistema político es democrático si, ante una toma de decisión social, todas las personas involucradas tienen el mismo peso. En la decisión misma, y también en el proceso de elaboración de propuestas y discusión. La democracia puede ser aguada mediante la delegación en representantes electos, o puede ser directa.
Cuando el consejo de administración de Telefónica decide realizar un expediente de regulación de empleo (ERE), aun teniendo beneficios, estamos ante un ejemplo de toma de decisiones capitalista. Los dueños de la empresa ejecutan una acción ampliamente mal vista por la ciudadanía. Capitalismo y democracia no son lo mismo, en términos genéricos. Y, en concreto, en la etapa que vivimos, son muchas veces contrapuestos.
¿Qué papel juega el estado en todo este esquema? El estado puede ser democrático o puede no serlo, como cualquier otra institución social. El estado no es más que la organización social que detenta el monopolio de la violencia sobre un territorio. Por motivos históricos, el estado en los países occidentales es la institución más cercana a la democracia, ya que sus representantes están sometidos a sufragio. Pero, a la hora de tomar una decisión, ¿cómo actúan estos representantes? ¿A quién sirve el estado?
La reciente crisis ha hecho aún más evidente la brecha existente entre el estado, las elecciones y el pueblo, entre capitalismo y democracia. Una amplia mayoría de la población está en contra de los rescates bancarios que han arruinado el país. Una amplia mayoría
estaría en contra de la sistemática bajada de impuestos a las clases altas… si fueran conscientes de ello. Pero los dos partidos con posibilidades de gobernar están de acuerdo en la conveniencia de ambas medidas, pese a quien pese.
Pero, si hay muchos más trabajadores que capitalistas en la sociedad, ¿cómo es posible que el estado, elegido de forma democrática, beneficie a éstos sistemáticamente? Fácil: porque no existe ninguna toma de decisiones democrática, la lucha de partidos es mera apariencia. Toda la toma de decisiones se realiza de modo capitalista, el estado es parte de ella. Un sistema económico es un todo, no puede funcionar por partes durante mucho tiempo. El día que la toma de decisiones social sea democrática, será el final del capitalismo… a no ser que éste esté suficientemente fuerte. En ese caso, simplemente la aplastará.
Los capitalistas y los estados, desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta los años 70-80 fueron suficientemente inteligentes como para garantizar el incremento continuado del nivel de vida de la clase trabajadora en los países occidentales… pero su victoria sobre el
movimiento obrero en mayo del 68 y la caída de la URSS les dieron alas, se creen invencibles, se han vuelto cada vez más osados. Y se acerca el final del mundo que crearon. Su hubris les va a destruir.
Y si esto es así, ¿por qué Marx, o los padres de la lucha obrera, jamás pusieron su énfasis en la democracia? Sencillo. La democracia representativa, como sabían, es muy fácil de manipular. La democracia directa era imposible de implementar en su época. Marx, al final,
tenía razón: el telar manual, da origen al feudalismo; el telar mecánico, al capitalismo. E internet, a la democracia real.
G7e9
Pues hoy se me ha puesto en las narices comenzar un blog, mira tú. Mira que soy retro. Y, encima, de política. La idea del nombre es un comentario a vuelapluma en una entrevista muy reciente a Eduardo Galeano. «¿El G20? No, el G-siete mil millones». La idea del G-siete mil millones, el G7e9, me gusta. Es la idea de la democracia real, de la democracia directa, en la que la humanidad tome todas sus decisiones directamente, sin representantes, i.e.: sin caciques.
Pero el blog está dedicado a mi vecino de arriba, don Fulano de Tal, un señor muy calvo, muy serio y muy formal. He intentado mil veces explicarle mis ideas, pero no consigo hacerme entender. Quizás es que las ideas son inconsistentes, o quizás no las sé exponer con claridad. No sé. Yo, a mi vecino, le hago preguntas, alguna más fácil, otra más difícil. Por ejemplo:
¿Por qué tenemos que votar a personas? ¿No sería mejor votar a propuestas? Y, para picarle, le cuento de la democracia ateniense, que votaba sólo las propuestas, y los líderes de la asamblea se elegían… al azar.
¿Por qué no podemos cambiar de elección a mitad de legislatura? En tiempo real, los políticos podrían ir viendo cómo pierden apoyo hasta que un día… oooops!
¿Por qué los políticos no son responsables legales de los incumplimientos del programa electoral? Y si no pueden cumplir lo que prometen, que prometan globitos.
¿Por qué se permite a los bancos crear dinero de la nada, pero no a los estados? Ésta pregunta es más difícil, porque he tenido que explicarle por qué digo que los bancos crean dinero de la nada… ¿Ah, que ustedes tampoco lo saben? Pues sigan leyendo, sigan…
¿Por qué puedo elegir a mi alcalde y no al gestor de mi empresa? ¿Por qué la democracia abarca ciertos aspectos de la vida pública, pero no otros, como la economía?
¿Son el capitalismo y la democracia compatibles? El capitalismo significa que el ámbito económico sea gestionado por los mercados. ¿Son los mercados lo mismo que la democracia? Y si no coinciden, ¿cuál elegimos?
¿Por qué se permite a las agencias que calificaron como AAA las hipotecas basura evaluar la deuda pública de los países? Ésta es realmente simple, pero miren, que no, que no me entiende.
¿Por qué cada estado tiene que tener una capital? ¿Por qué Barcelona, Sevilla, Valencia, Bilbao… se tienen que sentir «segundonas»? ¿No es una especie de atraso tecnológico?
¿Por qué hay que votar usando papel? Y usar tecnología de árbol muerto cuando podríamos pulsar… un botón…
¿Por qué hay que usar fórmulas matemáticas complicadas para repartir los escaños entre los partidos? Con lo fácil que sería tener un solo representante, que lleve asociado el peso de sus votantes…
¿Por qué el voto tiene que ser secreto? ¿No sería mejor responsabilizar a los ciudadanos de sus decisiones? Si la razón es el miedo a las represalias… ¿no es ése, en realidad, un problema en una verdadera democracia?
Mi vecino… Ains…
Eduardo Galeano y el G-7.000.000.000