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Una palabra tramposa: madurez
Hay palabras que mienten. Madurez es una de ellas. Por un lado significa preocuparte por el bienestar de los demás, ser una persona confiable, hacerte cargo. Es un significado netamente positivo. Pero tiene un segundo significado que no tiene nada que ver con el primero: aceptar el rol que te corresponde en la sociedad. Es decir, sumisión a la presión social. Ambos significados pueden, de hecho, ser contrapuestos. Esta ambigüedad está en el núcleo de la lingüística política: empaquetar significados diferentes bajo una misma etiqueta, de manera que aceptar uno te lleve a aceptar el otro.
Quizás el ejemplo más relevante de la ambigüedad en el término madurez se da con las chicas adolescentes. Si juegan son inmediatamente acusadas de inmaduras, de ser aún unas niñas. Y nada hay peor a esa edad. Su rol social aceptable para esa edad es preocuparse únicamente de la ropa y los chicos. Es decir, convertirse en floreros. Por eso se ataca tanto a las gamers. Se las acusa de posers, es decir, de posturear. De no estar interesadas realmente en jugar, sino sólo en… qué sé yo, llamar la atención de algún chico. El patriarcado les arranca cualquier deseo de jugar mediante el uso del palo y la zanahoria. El palo es, como hemos dicho, la condena al ostracismo para la chica que juega. La zanahoria es la posibilidad de utilizar su belleza para obtener brillo social. Al quedarles tan sólo el físico como valor posible, las chicas adolescentes se vuelven inseguras, competitivas (porque sólo hay una vara de medir, que es la belleza) y, en una cantidad sorprendente de casos, misóginas. La sumisión femenina al patriarcado queda así asegurada.
El haber sido separadas del juego en una etapa demasiado temprana explica algunas características del desarrollo de la mujer adulta. Les resulta más difícil desarrollar hobbies o intereses, salvo los de índole práctica. Desarrollan menos curiosidad general, y se encaminan menos hacia áreas como la ciencia o la ingeniería, donde la capacidad para jugar se profesionaliza. Sin el juego, sus capacidades para desarrollar su talento disminuyen. Así que, un consejo para madres, padres y educadores: no dejéis que las chicas adolescentes dejen de jugar. Enseñadles que el juego no es inmaduro.
¿Significa esto que los hombres vayan a desarrollar realmente su talento? Ni de casualidad. La mayoría de los hombres no evoluciona de los juegos de su adolescencia: videojuegos, leer el Marca… La realización del potencial de un ser humano requiere una ascensión natural en el nivel de complejidad de los juegos, y el descubrimiento un día de que las habilidades adquiridas en el juego pueden ser aplicadas a la mejora del mundo real.
La paradoja aumenta desde aquí. Las mujeres son sistemáticamente tachadas de infantiles, a pesar de su maduración prematura, que todos reconocen. Señal, como es lógico, de que madurez es un término inconsistente. «Las chicas maduran antes que los chicos» es, por lo visto, compatible con «las mujeres son emocionales e inmaduras». Es un vocablo que no aporta significado, sino que transmite relaciones de poder. Maduro, madura es una etiqueta aprobatoria que se gana obedeciendo las normas del patriarcado.
Las chicas y el 15M
¿Qué hace al movimiento 15M diferente de los distintos movimientos de protesta recientes? Esta pregunta va a hacer correr ríos de tinta (metáfora venerable, en el futuro diremos quizás ríos de bits)… Yo destacaría, sin lugar a dudas, dos cosas. Internet, y la feminización de la protesta.
¿Qué puedo deciros? Simplemente, que es genial, es lo mejor que nos podría pasar. Las chicas han tomado al asalto las acampadas y asambleas. Siempre ha habido mujeres en los movimientos de protesta (Olimpia de Gouges, Alexandra Kollontai…), e incluso muchas mujeres (mayo del 68), pero el patrón era siempre masculino. Las manifestaciones de Seattle a Génova ya habían hecho un viraje en esta línea, pero es en el 15M donde resulta más obvio.
Cualquiera que haya ido por las acampadas, asambleas, manifestaciones, lo ha visto. Un sistema organizativo que funciona, que cuida de las personas con dificultades (p.ej.: las intervenciones de las asambleas traducidas a la lengua de signos). ¿Más muestra? Una que me gusta mucho: El País, 5 de junio, dos pretenciosos sesentayocheros fans de Jorge Manrique (cualquier tiempo pasado fue mejor) se preguntaban entre escandalizados, condescendientes y divertidos dónde se ha visto una revolución con guarderías. Pues dónde va a ser, pardiez, en una revolución con mujeres.
Por eso a esta revolución no le cuesta ser no violenta, por eso los borrachos que irrumpen en las asambleas son reconvenidos con amabilidad, hasta con cariño… y funciona!! He visto a gente llegar en plan provocadores (no mossos d’esquadra, claro está) y terminar por sentarse en la asamblea e incluso participar… Por supuesto, no se trata de que sean ellas las que tengan estos comportamientos ejemplares ante una atónita masa de garrulos. No. Los hombres también nos comportamos así.
Esta feminización tiene muchas consecuencias admirables, pero destacaré estas dos. Primero, hace al movimiento mucho más simpático a ojos de la ciudadanía. La gente mayor, las amas de casa, mi madre… cuando ven fotos de los acampados y ven tantas chicas «se tranquilizan». Todo el mundo sabe que donde no hay mujeres las probabilidades de que el sentido común derrape son mayores. Segundo: hace el recurso a la violencia por parte del poder mucho más complicado. Ahí están las fotos de los mossos pegando a chicas, que polarizan mucho más a la población. Con franqueza, hay que tener alma fascista para no escandalizarse ante esto…
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Pero quiero recalcar que no soy biologista, sino todo lo contrario. Las mujeres y los hombres formamos dos culturas, dos tradiciones entrelazadas. Hay mujeres, como la señora Thatcher, que rompen cualquier estereotipo. No existe el determinismo biológico. Pero eso no significa que las categorías «masculino» y «femenino» dejen de ser útiles al explicar el comportamiento social. Lo son, para bien a veces, y para mal en otras ocasiones.
Hasta aquí todo puro y santo. Ahora viene la parte dialéctica y polémica.
¿Conocéis la hipótesis de Sapir-Whorf? Viene a decir que la lengua condiciona el pensamiento. En su forma débil es una obviedad. Se suele citar como ejemplo que los esquimales tienen una gran cantidad de palabras para denotar la nieve, porque deben poder reconocer muchos tipos de ella para poder sobrevivir. Claro. Si un concepto se lexicaliza, se vuelve más accesible al pensamiento. Quiero decir: es casi imposible razonar sobre un tema complejo sin el vocabulario apropiado.
La forma fuerte de la hipótesis de Sapir-Whorf explica que diferentes construcciones lingüísticas condicionan la manera de ver el mundo. Así, por ejemplo, el uso del masculino gramatical para denotar a una audiencia mixta de género induciría machismo en los hablantes y las hablantes. ¿Es cierto eso? Veamos la evidencia empírica.
El inglés es una lengua con una escasa distinción de género, a diferencia de las lenguas romances. En castellano políticamente correcto hay que decir «todos y todas vamos al congreso»; en inglés se dice «we all go to the parliament». Por lo tanto, si la hipótesis de Sapir-Whorf fuera cierta, los angloparlantes y las angloparlantes serían menos sexistas que los y las hispanohablantes. La evidencia nos dice que no es así. Un caso aún más obvio, el chino. Carece totalmente de distinción de género en la lengua hablada (y un mero apunte anecdótico en la escrita). ¿Es la cultura china menos sexista que la española? No lo creo.
El caso es que los hispanohablantes no asociamos el género gramatical al sexo. En castellano decimos «la flor» y «la leche», y habrá quien piense que es muy apropiado que esos sustantivos tengan género femenino. Pero en italiano, una lengua hermana de la nuestra, dicen «il fiore» e «il latte» (en masculino) y se quedan tan panchos. ¿Somos los italianos menos conscientes del origen de la leche? Creo que no. En castellano decimos «la polla» y «el coño», y nos quedamos tan anchos… El género gramatical sólo está asociado al sexo en un porcentaje pequeño de sus usos.
En un momento dado, algunas asambleas 15M se enfrentaron a un ataque de intolerancia lingüística. Afortunadamente, se han superado con éxito, aunque no sin dificultad. El pseudo-feminismo, junto con el nacionalismo, han sido siempre herramientas de división de la clase trabajadora, divide et impera. En la línea de «La vida de Brian», gran película, podríamos llamarlo el «efecto frente-popular-de-judea» (¡disidentes, disidentes!) En concreto, se dijo que el «lenguaje no inclusivo» (esto es, decir «todos» en lugar de «todos y todas») ejercía violencia sobre las mujeres. Gente muy válida y comprometida llegó a sentirse excluida en algún momento… por esta acusación. ¿Por qué no podemos hablar, al dirigirnos a toda la asamblea, como cuando hablamos entre nosotros? ¿Por qué se acusa de sexista a quien lo hace? Debido a la influencia que, supuesamente, ejerce la lengua en el pensamiento, la hipótesis de Sapir-Whorf. Una vez demostrada la inexistencia empírica de esta conexión, la acusación de violencia sexista resulta ridícula y corrosiva para el movimiento. Leed este texto, escrito por una mujer, que me llegó vía Alejandro y contiene un análisis mucho más en profundidad.
Además, ¿es «todos y todas» menos sexista que «todos» a secas? Imaginad una lengua L en la que, al hablar de una mezcla de personas blancas y negras la norma dictara que hay que decir «los blancos». E imaginad ahora a algún ilustrado que afirmara que todo lo que no fuera decir «los blancos y los negros» fuera violencia racista. ¿¡No sería mejor inventar la palabra «persona»!? «Todos y todas» atrae atención sobre la diferencia, que normalmente es irrelevante en el discurso en cuestión. Podemos, si queremos, si lo consideramos necesario, inventar el neutro en castellano. ¿Por qué no? «Vayamos todes al parlamento». «Les compañeres que lo deseen pueden venir con sus hijes». Se trataría de una posible reforma al mismo nivel que la propuesta por García Márquez de racionalización de la ortografía. No son problemas prioritarios, aunque a los poderosos les encantaría que nos lo pareciera.
Sexismo es que la conciliación de la vida familiar y laboral grave fundamentalmente a las mujeres. Sexismo es que no haya guarderías públicas. Sexismo es que las mujeres tengan que estar 5 kg por debajo de su peso ideal si quieren realizarse afectiva y sexualmente. Sexismo es inducir miedo a no salir sola por la noche. Sexismo es querer convencer a las chicas de que son «menos brillantes, pero más estudiosas» que los chicos. Mi vecino, usando un lenguaje muy inclusivo, me ilustró sobre la que a su entender era la naturaleza real de los impulsos que pueden llevar a una mujer a acampar en la Plaza Catalunya. Luchemos contra el sexismo real, por favor, y luchemos contra el efecto frente-popular-de-judea. Ah, y violencia son las fotos de arriba.